07 - Illuminatus Parte II: La Manzana Dorada - Libro Tres: UNORDNUNG - Séptimo Viaje, o Netzach




Séptimo Viaje, o Netzach



(LA LEY DE LA SNEBJ)









La individualidad del ser humano es la Cosa más completa e implacablemente Maldita, prohibida, excluida, condenada, olvidada, relegada, ignorada, suprimida, reprimida, robada, violada y disfamada que existe. Ingenieros, estadistas, psicólogos, sociólogos, publicistas, terratenientes, burócratas, dueños de industrias, banqueros, gobernadores, comisarios, reyes y presidentes están perpetuamente forzando a la Cosa Maldita a entrar en categorías cuidadosamente preparadas, y están perpetuamente irritados porque la Cosa Maldita no encaja en el espacio que tiene asignado. Los teólogos le llaman pecador e intentan reformarla. El gobernador le llama criminal e intenta castigarla. El psicoterapeuta le llama neurosis e intenta curarla. Y aún así la Cosa Maldita no encajará en el espacio que tiene asignado.



- Nunca chifles mientras estás meando, de Hagbard Celine, H. S., C. M.









El Enano Desobediente, cuyo nombre era Markoff Chaney, no era pariente de los Chaneys famosos de Hollywood, pero aún así la gente seguía haciendo bromas al respecto. De por sí ya era bastante malo ser un fenómeno (para los estándares de la mayoría estúpida y gigante); y mucho peor era tener un nombre que recordaba a dos de los más famosos intérpretes de monstruos del cine; para cuando el Enano tenía quince años de edad, ya había desarrollado un odio tal por la gente común, que empequeñecía (él odiaba aquella palabra) las misantropías relativas de Pablo de Tarso, Clemente de Alejandría, Swift de Dublín e incluso la de Robert Putney Drake. Iba a vengarse del mundo, por supuesto. Obtendría su venganza.



Fue en la universidad (Antioch, Yellow Springs, 1962) donde Markoff Chaney descubrió otra broma oculta en su nombre, y las circunstancias - considerando que él se transformaría en el peor dolor de cabeza de los Illuminati - fueron apropiadamente sincronísticas. Durante una clase de matemáticas, dos estudiantes sentados detrás del Enano ignoraban al profesor - algo típico de Antioch - y discutían sobre sus intereses intelectuales; y, como se trataba de Antioch, estaban aproximadamente seis años adelantados a las modas intelectuales de cualquier otro lado. Debatían sobre etología.



“…por lo tanto conservamos los mismos instintos que nuestros ancestros primates” estaba diciendo uno de los estudiantes (era de Chicago, su nombre era Moon y estaba loco incluso para los parámetros de Antioch). “Pero le agregamos cultura y lo tapamos con leyes. De esa forma quedamos divididos ¿Comprendes? Podríamos decir” - la voz de Moon dejó traslucir orgullo por el aforismo que estaba por decir - “que el ser humano es un simio reglamentado”.



“…entonces,” decía en ese mismo instante el profesor Fred “Frenético” Digits, “cuando dichas series relacionadas aparecen en medio de un proceso aleatorio, tenemos lo que se llama la Cadena de Markoff (Markoff Chain). Espero que no atormenten con bromas al Sr. Chaney el resto del trimestre, aunque su serie de apariciones relacionadas a clase parecen ser parte de un proceso notablemente aleatorio”. La clase rugió; otra tonelada de bilis se acumuló en la fosa séptica del Enano: la lista de personas a las que iba a hacer comer mierda antes de irse a la tumba.



En efecto, su ausentismo era notable tanto en matemáticas como en otras clases. Había momentos en los que ya no soportaba estar entre los gigantes, si no escondido en su habitación, con el póster central de Playboy desplegado, masturbándose y soñando con millones y millones de chicas adolescentes con el físico de las Playmates. Ese día Playboy no lo ayudaba; necesitaba algo más lascivo. Ignorando la clase siguiente, Antropología Física (buena para un par de momentos humillantes más), cruzó al trote David Street, pasó al lado de Atlanta Hope sin advertirla, se encerró en su habitación dando un portazo y aseguró la puerta con el pasador.



Maldigo al viejo Digits, maldigo las ciencias matemáticas, la línea, el cuadrado, lo normal, y a todo el mundo mensurable al que él llama un extraño factor aleatorio. De repente, detrás de la fantasía y desde el fondo de su alma, le declaró la guerra al simio reglamentado, a la ley y el orden, a lo predecible, a la entropía negativa. Él sería el factor aleatorio de todas las ecuaciones; desde hoy en adelante, hasta la muerte, una guerra civil: el Enano contra los Dígitos.



Sacó su mazo de Tarot pornográfico, que utilizaba cuando quería tener una fantasía realmente loca para su orgasmo, y desparramó todas las cartas. Para empezar vamos a tener una masturbación en Cadena de Markoff, pensó con una sonrisa maligna.



Y, luego, sin haber contactado con la Legión de la Discordia Dinámica, el Frente Erisiano de Liberación o con los Justificados Ancestros de Mummu, Markoff Chaney comenzó su cruzada contra los Illuminati sin siquiera saber que existían.



Su primera acción comenzó en Dayton el sábado siguiente. Estaba en el Emporio de Norton, una tienda de ofertas, cuando vio el letrero:



NINGÚN VENDEDOR PUEDE ABANDONAR LA TIENDA

SIN LA AUTORIZACIÓN DE UN SUPERIOR



EL E. D.



¿Qué? Pensó, ¿Se supone que las pobres chicas deben mearse en los calzones si no encuentran a ningún superior? Los años de escuela volvieron a él (“Por favor, señor, ¿Puedo salir del aula?”) y los rituales que le habían parecido absurdos súbitamente cobraban sentido de manera siniestra. Matemática, por supuesto. Están tratando de reducirnos a todos a unidades predecibles, robots ¡Ja! no por nada había pasado un semestre en el curso intensivo de análisis textual de la poesía moderna del profesor Kelly. Volvió a la tienda el miércoles siguiente y se escondió en un cajón de café hasta que el personal se retiró y cerraron el establecimiento. Unos momentos después, el letrero era retirado y reemplazado por otro sutilmente diferente:



NINGÚN VENDEDOR PUEDE ABANDONAR LA TIENDA, NI IR HASTA LA PUERTA SIN LA AUTORIZACIÓN DE UN SUPERIOR



EL E. D.



Volvió varias veces en la semana y el cartel permanecía en su lugar. Tal como había sospechado: en una jerarquía rígida nadie cuestiona las órdenes que parecen venir de arriba, y aquellos en la cima están tan aislados del trabajo verdadero que nunca ven lo que sucede abajo. Eran las cadenas de comunicación y no los medios de producción los que determinaban el proceso social. Marx estaba equivocado en su falta de cibernética. Marx fue como los ingenieros de su tiempo, quienes consideraban a la electricidad como un trabajo terminado antes de que Marconi pensara en ella en términos de información transmisible. Nada que estuviese firmado “EL E. D.” (el Encargado del Departamento) sería desafiado. El Enano siempre podría hacerse pasar por Encargado Departamental: el Enano Desobediente.



Al mismo tiempo, percibió que los empleados estaban más irritables; los clientes lo notaban y también se ponían de mal humor; las ventas, predijo correctamente, iban a caer. La poesía era la respuesta: la poesía inversa. Su frase interpolada, sin sentido de rima e inservible, molestaba a todo el mundo, pero de manera subliminal y subconsciente. A ver si los publicistas y los estadísticos con sus computadoras y sus normas pueden descubrir qué es lo que anda mal.



Su padre había trabajado en el depósito de Blue Sky Inc., empresa generalmente conocida como el peor fracaso del Big Board (producía artefactos para aterrizajes en planetas con baja gravedad); las acciones se dispararon cuando John Fitzgerald Kennedy anunció que los EEUU pondría un hombre en la Luna antes de 1970; ahora el Enano tenía garantizados $ 36000 dólares al año, o sea $ 3000 dólares por mes. Era suficiente para sus propósitos. Iba a vengarse del mundo, por supuesto. Obtendría su venganza.



Viviendo al estilo espartano, a menudo cenando una lata de sardinas con un vaso de leche y viajando siempre en autobús, el Enano recorrió constantemente el país colocando sus carteles con mejoras surrealistas en cada lugar adonde se presentara la oportunidad. A su paso dejaba una ola ascendente de anarquía. Los Illuminati nunca pudieron descubrirlo: tenía muy poco ego que descubrir, ya que quemaba todas sus energías en Golpear, como un dictador o un gran pintor. Pero a diferencia de éstos, él no buscaba reconocimiento. Durante años, los Illuminati atribuyeron sus obras a los Discordianos, a los JAMs o al esotérico FLE. Watts, Detroit, Birmingham, Buffalo, Newark; un enorme mantel de picnic se desplegó sobre las urbes de América mientras los carteles del Enano quemaban en las tiendas que los ostentaban; cien mil personas marcharon al Pentágono, e incluso algunos quisieron exorcizar al Demonio (los Illuminati frustraron ese intento al impedirles formar un círculo); la Convención Democrática se llevó a cabo entre cables pelados; en 1970 un comité del Senado anunció que hubo tres mil atentados con artefactos explosivos ese año, un promedio de diez al día; para 1973 había semilleros de grupos Morituri en cada universidad y en cada suburbio; retornó el SLA[1]; pronto, Atlanta Hope sería incapaz de controlar a los Relámpagos de Dios, que estaban desarrollando su propia variedad de terrorismo años antes de lo que los Illuminati habían planeado.



“En algún lugar hay un factor aleatorio” dijeron los técnicos en la Illuminati Internacional; “En algún lugar hay un factor aleatorio” dijo Hagbard Celine leyendo los datos que salían de FUCKUP; “En algún lugar hay un factor aleatorio” dijo el líder del FLE, el Dealy Lama, soñando en su escondite subterráneo debajo de la Dealy Plaza.



Los automovilistas que conducían por caminos montañosos y traicioneros maldecían confusos cuando leían letreros como este:



CAMINO RESBALOSO

MAX 80 KMH

ZONA DE DESLIZAMIENTOS ROCOSOS

NO ARROJE BASURA



Los hombres de la alta sociedad que pagaban cuotas elevadas para asistir a clubes elegantes exclusivos para WASPs cuyos mozos eran entrenados cuidadosamente para ser casi tan esnobs como los miembros, se sentían vagamente desairados con la advertencia:



CUIDE SU SOMBRERO Y ABRIGO

NO NOS HAREMOS RESPONSABLES POR SU PÉRDIDA



EL E. D.



En su tiempo libre el Enano se transformó en un mago de la electrónica. Peatones de todo el país se paraban indecisos en las esquinas cuando las señales decían AVANZAR con luz roja, y NO AVANZAR con luz verde. Se diversificó y amplió sus actividades; temprano a la mañana, los oficinistas recibieron un comunicado (luego de que él pasara la noche en la fotocopiadora), e intentaron descifrarlo:





  1. Los pedidos de vacaciones deben enviarse por triplicado al Departamento de Personal como mínimo tres semanas antes de la fecha de salida.



  1. Todos aquellos empleados que cambien sus planes vacacionales deben notificarlo al Departamento de Personal completando la Forma 1472, Cambio de Planes Vacacionales, y enviarla tres semanas antes del cambio de planes.



  1. Todos los planes vacacionales deben ser aprobados por el Encargado del Departamento, y estarán sujetos a cambios si entran en conflicto con los planes vacacionales de los empleados de mayor rango y/o antigüedad.



  1. El Encargado del Departamento podrá anunciar dichos cambios en cualquier momento, anoticiando al empleado con 48 horas de antelación, o dos días laborales. (Los empleados que están cruzando la Línea Horaria Internacional deben consultar la Forma 2317)



  1. Los empleados no deberán discutir sus planes vacacionales con otros empleados, o intercambiar fechas a preferencia.



  1. Estas simples reglas prevendrán fricciones e infortunios innecesarios si todos los empleados cooperan para que todos podamos tener un verano feliz.



Firma: El E. D.





El 26 de Abril del año en que los Illuminati intentaron hacer inmanente el Eskatón, el Enano sufrió jaquecas, dolores, nausea, visión de puntos luminosos, entumecimiento en las piernas y mareos. Fue a consultar al médico del hotel, y poco después de haber descrito sus síntomas, fue obligado a entrar a un auto y llevado hasta un edificio que ostentaba una tienda Kachina de los indios Hopi en el frente y pero que albergaba la oficina de la CIA en Las Vegas en la parte de atrás. Para entonces estaba delirando, pero escuchó que alguien decía “¡Ja!, esta vez vamos un paso adelante del FBI y de los Limpiadores de Fosas Sépticas”. Luego le aplicaron una inyección y comenzó a sentirse mejor. Un hombre de cabello blanco se sentó al lado de su catre y le preguntó quién era “la chica”.



“¿Qué chica?” preguntó el Enano irritado.



“Mira hijo, sabemos que has estado con una chica. Ella te contagió”



“¿Qué es? ¿Gonorrea?” preguntó el Enano, pasmado. Excepto por sus cartas de Tarot pornográfico, todavía era virgen (las mujeres altas eran maternales con él, y las de su tamaño lo aburrían; las gigantas eran su Santo Grial, pero nunca había tenido coraje para acercárseles). “Nunca imaginé que la gonorrea fuera tan terrible” añadió ruborizándose. Lo que más temía era que alguien descubriese su virginidad.



“No, no es gonorrea” dijo el hombre amablemente (y no engañaba al Enano; si él no lograba sacarle información, enviarían al tipo duro; el policía bueno y el policía malo: el truco más viejo del oficio). “Esta chica tiene una enfermedad, eh, extraña y nosotros somos del Servicio Público de Salud de los EEUU”. Gentilmente, el hombre sacó una credencial para “comprobar” su afirmación. Esto no me lo trago, pensó el Enano. “Bien,” continuó el viejo con dulzura, “debemos encontrarla para darle el antídoto o mucha gente puede resultar contagiada ¿Comprendes?”.



El Enano comprendió. Este tipo es un agente de Inteligencia Militar o de la CIA y quieren resolver esto antes que el FBI para obtener el crédito. La enfermedad fue creada por el gobierno, obviamente. Algo salió mal en uno de sus laboratorios de desarrollo de armamento bacteriológico y ahora deben cubrirlo antes de que se entere el país entero. Dudó: ninguno de sus proyectos tenía la intención conciente de provocar la muerte, si no de hacer las cosas simplemente más impredecibles y atemorizantes para los gigantes.



“El Servicio Público de Salud de los EEUU te estará eternamente agradecido” dijo el hombre paternalmente, con los ojos llenos de afecto astuto. “No se da a menudo que un hombre pequeño tenga tamaña posibilidad de hacer un favor tan grande a su país”.



“Bien,” dijo el Enano, “era rubia, de veintitantos años de edad, creo, y me dijo que su nombre era Sarah. Tenía una cicatriz en el cuello - supongo que alguien trató de cortarle el cuello alguna vez -. Medía, veamos, un metro sesenta y ocho aproximadamente, y pesaría unos 53 o 55 kilos. Y era increíble chupándola” concluyó, pensando que su creación era bastante creíble para una prostituta de Las Vegas. Su mente corría a toda velocidad; no iban a dejar que la gente que supiera sobre este asunto anduviera suelta por ahí. El antídoto era para mantenerlo vivo mientras le sacaban información. Necesitaba un seguro. “Ah, tengo una pista valiosa para usted” dijo. “Acabo de recordarlo. Primero necesito explicarle algo sobre la gente que, eh, está por debajo del estándar de estatura. Somos muy sexuales. Verá, nuestra glándula sexual o como quiera que se llame, trabaja de más ya que nuestra glándula de crecimiento no funciona. Por lo tanto nunca nos saciamos”. Iba inventando a medida que hablaba, y lo disfrutaba. Deseaba que la enfermedad se diseminara; tenía la hermosa visión de mujeres ricas y aburridas buscando enanos, como ahora buscaban negros. “Estuve con ella largo rato, una y otra vez, y una y otra vez más, hasta que al final me dijo que si quería seguir iba a tener que cobrarme más caro porque tenía a otro cliente en espera. Yo no tenía más dinero, así que la dejé ir” Y ahora el anzuelo: “Pero ella mencionó su nombre. Dijo ‘Joe Blotz se enfadará si lo dejo plantado’, aunque el nombre no era Joe Blotz”.



“¿Cuál era entonces?”.



“Ese es el problema,” dijo el Enano con tristeza, “no puedo recordarlo. Pero si me deja meditarlo un rato tal vez me vuelva a la memoria” añadió brillantemente. Ya estaba planeando su escape.



Veinticinco horas antes, citando a Platón, George Dorn preguntó “¿Qué es Verdad?”. (Por entonces Barney Muldoon holgazaneaba en el lobby de Hotel Tudor esperando a que Saúl terminara “una conversación privada muy importante” con Rebecca; Nkrumah Fubar experimentaba poniendo el muñeco vudú del presidente de American Express dentro de un tetraedro - su computadora continuaba reclamándole el pago de una factura que había pagado hacía dos meses, el mismo día que Jaboncito Mocenigo soñó con el Ántrax Lepra Pi -. R. Buckminster Fuller, inconsciente sobre este nuevo descubrimiento geodésico revolucionario, daba una conferencia en el Real Instituto de Arquitectura de Londres explicando por qué los sustantivos no existen en el mundo real; August Personage respiraba en un teléfono de New York; Pearson Mohammed Kent estaba echando un polvo con una mujer que no solamente era blanca, además era de Texas; El Enano estaba diciendo “¡Que bastardo más grosero! ¿No?” al Dr. Naismith; y el resto de nuestros personajes estaban efectuando sus respectivos hobbies, predilecciones, obsesiones y misiones sagradas) Pero Hagbard, con una seriedad extraordinaria, dijo “verdad es lo opuesto a la mentira. Lo opuesto a la mayor parte de las cosas que has escuchado en tu vida. Lo opuesto a la mayor parte de las cosas que te he dicho”.



Estaban en el camarote de Hagbard y a George, luego de su experiencia en la mansión devastada de Drake, no le resultaron atractivos los pulpos y los otros monstruos marinos del mural. Como siempre, Hagabard vestía casual: polera y pantalón. Aunque esta vez la polera era color lavanda - algo inusual y un tanto afeminado para él. De golpe, George recordó lo que Hagbard había dicho una vez sobre la homosexualidad: “Lo intenté, por supuesto”, y luego había agregado algo sobre las mujeres (Dios ¿Eso fue hace dos días?). George se preguntó en qué habría consistido ese “intento” y hasta dónde había llegado. “¿Qué mentiras vas a confesarme?” preguntó con cautela.



Hagbard encendió la pipa y se la pasó “Hachís negro de Alamut” dijo con la voz estrangulada por retener el humo. “La fórmula privada de Hassan i Sabbah. Hace maravillas cuando encaras metafísicas pesadas”.



George dio una calada y sintió un toque inmediato como el de la cocaína o el de algún otro estimulante del lóbulo frontal. “Cristo ¿Con qué cortaron esta mierda?” tosió, y le dio la impresión de que alguien había encendido luces de colores sobre las paredes doradas y verde náutico del camarote y sobre la polera lavanda de Celine.



“Ah,” dijo Hagbard despreocupadamente, “con un poco de belladona y estramonio. Ese era el secreto del viejo Hassan. Esa mentira de que él les daba hachís a sus seguidores, para quienes era algo desconocido y por lo tanto mágico, no es un hecho histórico. El hachís es conocido en medio oriente desde el neolítico; los arqueólogos lo han hallado en muchas tumbas. Parece que nuestros ancestros enterraban a sus sacerdotes con un montón de hachís para que negociaran con los dioses durante su viaje a la Montaña de Caramelos o adonde quiera que creyeran que iban. La innovación de Hassan fue mezclar el hachís con sus parientes químicos adecuados para producir un nuevo efecto sinérgico”.



“¿Qué es sinérgico?” preguntó George lentamente, sintiéndose mareado por primera vez abordo del Lief Ericson.



“No aditivo. Como cuando pones dos y dos y la suma te da cinco en vez de cuatro. Buckminster Fuller utiliza trucos sinérgicos en sus domos geodésicos. Por eso son más fuertes de lo que parecen”. Hagbard dio una pitada y le pasó la pipa nuevamente.



¿Qué mas da? pensó George. A veces fumar un poco más te quita las nauseas. Le dio una calada profunda ¿No habían empezado hablando sobre la Verdad?



George soltó una risita. “Como me imaginaba. En vez de usar tu maldito prajna o lo que sea para espiar a los Illuminati, eres un viejo verde. Lo usas para espiar en la cabeza de la gente”.



“¿La cabeza?” refutó Hagbard riendo. “Nunca curioseo cabezas ¿Quién carajo quiere ver piojos?”.



“Pensé que ibas a ser Sócrates,” berreó George entre el carcajeo de risitas maniáticas, “y yo estaba preparado para ser Platón o al menos Glauco u otro personaje menor. Pero estás tan colocado como yo. No puedes decirme nada importante. Solamente puedes hacer malos juegos de palabras”.



“El juego de palabras,” respondió Hagbard con dignidad (arruinada por una risotada involuntaria) “el retruécano, es más poderoso que la espada. Como dijo Joyce”.



“No te pongas pedante”.



“¿Puedo ponerme redundante?”.



“Si. Puedes ponerte redundante. O hilarante. Pero no pedante”.



“¿Dónde estábamos?”.



La Verdad”.



“Ah, si. Bien, la Verdad es como la Marihuana, mi amigo. Una droga del mercado”.



“Estoy teniendo una erección”.



“¿Tú también? Es la respuesta usual. Al menos con el Alamut Negro. Nausea, luego microamnesia, y después risa seguida de erección. Ten paciencia. Lo próximo es la luz clara. Entonces podremos debatir sobre la Verdad. Como si no hubiéramos estado discutiéndola hasta ahora”.



“Eres un gurú pésimo, Hagbard. A veces incluso suenas más tonto que yo”.



“Si el Viejo Malaclypse estuviera aquí te diría algunas cosas sobre otros gurúes. Y genios ¿Crees que Jesús nunca se masturbó? ¿O que Shakespeare nunca tuvo una juerga en la Taberna de la Sirena? ¿O que Buda no se hurgaba la nariz? ¿O que Gandhi nunca tuvo ladillas?”.



“Todavía tengo la erección, ¿Podemos posponer la filosofía mientras voy a buscar a Stella - digo, Mavis?”.



“Esa es la Verdad”.



“¿Qué es Verdad?”.



“Arriba, en tu corteza cerebral no hay diferencia entre Stella y Mavis. Abajo, en tus glándulas no hay diferencia. Mi abuelita te daría igual”.



“Eso no es Verdad. Solamente cinismo freudiano tonto y barato”.



“Ah, si. Viste el mandala con Mavis”.



“Y de alguna manera tú estabas dentro de mi cabeza. Maldito voyeur”.



“Conócete a ti mismo”.



“Esto nunca tendrá un lugar al lado de los Diálogos Platónicos. Ambos estamos súper colocados”.



“Te amo, George”.



“Supongo que yo también te amo. Eres tan irresistible. Todo el mundo te ama ¿Vamos a coger?”.



(Mavis había dicho “limpia esa acabada en tu pantalón”. Había estado fantaseando con Sophia Loren mientras se masturbaba. O fantaseando que se masturbaba cuando en realidad…)



“No. No lo necesitas. Estás comenzando a recordar lo que pasó realmente en la cárcel de Mad Dog”.



“Oh, no”. La enorme verga serpentina de Coin… el dolor… el placer…



“Maldita sea, ahora nunca lo sabré ¿Pusiste eso en mi cabeza o sucedió realmente? ¿Imaginé la interrupción o imaginé la violación?”.



“Conócete a ti mismo”.



“¿Dijiste eso dos veces o yo lo escuché dos veces?”.



“¿Qué crees?”.



“No lo sé. Ahora no lo sé. Simplemente no lo sé ¿Esto es algún tipo de seducción homosexual pervertida?”.



“Tal vez. Tal vez es un plan para asesinarte. Tal vez estoy esperando para cortarte la garganta”.



“No me preocuparía. Siempre tuve una enorme tendencia autodestructiva. Como todos los cobardes. La cobardía es una defensa contra el suicidio”.



Hagbard rió. “Nunca había conocido a un joven que haya tenido tantas mujeres y haya estado cerca de la muerte tantas veces. Y sin embargo, ahí estas: todavía preocupado por que te llamen como quiera que te llamaban cuando empezaste a dejarte el pelo largo en tu adolescencia”.



“Mariquita. Esa era la palabra que usaban en el viejo y querido Nutley, New Jersey. Significa gay y cobarde al mismo tiempo. Así que dejé de cortarme el cabello para demostrarles que no podían intimidarme”.



“Si. En este momento estoy sintonizando a un hombre de color, un músico que está cogiendo con una chica blanca, una hermosa flor de Texas. En parte porque realmente lo calienta. Y también porque ella puede tener un hermano que vendría a buscarlo con un arma. Él les está demostrando que no pueden intimidarlo”.



“¿Esa es la Verdad? ¿Perdemos todo nuestro tiempo demostrando que no pueden intimidarnos? ¿Y que hay del resto del tiempo en que somos intimidados a otro nivel?” Los colores eran fuertes nuevamente; era todo un viaje. Cada vez que pensabas que eras el piloto, la cosa cambiaba de dirección inesperadamente para recordarte que solamente eras un pasajero.



“Es parte de la Verdad. Otra parte es que cada vez que eres intimidado, te rebelas a otro nivel. Oh, qué idiotas que son los Illuminati, George. Una vez compilé estadísticas de accidentes industriales en Birmingham, Inglaterra. Introduje todos los factores relevantes en FUCKUP y obtuve lo que esperaba. Sabotaje. Sabotaje inconciente. Cada caso era una insurrección ciega. Todo hombre o mujer está en rebelión, pero solamente algunos tienen agallas para admitirlo. Los otros joden al sistema accidentalmente o por estupidez. Déjame contarte sobre los indios, George”.



“¿Qué indios?”.



“¿Alguna vez te preguntaste por qué nada funciona bien? ¿Por qué el mundo entero parece estar siempre jodido?”.



“Si ¿No se lo preguntan todos?”.



“Supongo. Disculpa. Necesito otro colocón. Dentro de un rato entraré en FUCKUP, y uniremos nuestras cabezas - literalmente: pongo electrodos en mis sienes -, e intentaré rastrear el problema de Las Vegas. No pierdo todo mi tiempo en voyeurismo azaroso” declaró Hagbard con dignidad. Volvió a llenar la pipa y preguntó “¿Dónde estaba?”.



“Los indios en Birmingham ¿Cómo llegaron ahí?”.



“No hay ningún maldito indio en Birmingham. Me estás confundiendo”. Hagbard pegó una honda pitada.



“Tú te estás confundiendo. Estás del coco”.



“Mira quién habla”.



Hagabard dio otra pitada. “Los indios. Los indios no estaban en Birmingham. En Birmingham fue donde realicé el estudio que me convenció que la mayoría de los accidentes industriales son sabotajes inconscientes. Te apuesto que lo mismo pasa con los documentos mal archivados por oficinistas. Los indios son otra historia. Cuando vine por primera vez a tu país, y antes de avocarme a la piratería, yo era abogado. Usualmente no admito esto, George. Generalmente le digo a la gente que tocaba el piano en un prostíbulo o alguna otra profesión que no tenga tan mala reputación como la verdadera. Si quieres saber por qué ninguna forma de gobierno parece tener sentido, recuerda que hoy en día hay doscientos mil abogados trabajando para la burocracia”.



“Los indios eran un grupo de Shoshones. Yo estaba representándolos en su querella contra el Gran Ladrón de Tierras, o como se autodenomina pretenciosamente: el Gobierno. Estábamos manteniendo una conferencia ¿Sabes cómo son las conferencias indias? A veces nadie habla durante horas. Es un buen yoga. Cuando finalmente alguien habla, puedes estar seguro de que lo hace desde el corazón. Ese viejo estereotipo de las películas ‘el hombre blanco habla con lengua de serpiente’ tiene mucho de verdad. Cuanto más hablas, más coloreas las cosas con tu imaginación. Soy una de las personas más prolijas del mundo, y no soy bueno mintiendo”. Hagbard dio otra calada profunda y le pasó la pipa a George; George negó con la cabeza. “Pero la historia que quería contarte es sobre un arqueólogo. Estaba buscando reliquias de la cultura devoniana, los nativos que vivían en Norte América antes de la catástrofe ecológica de 10.000 A.C. Descubrió lo que pensó era un túmulo funerario y pidió permiso para excavar en él. Escucha esto, George. Los indios lo miraron. Me miraron a mí. Se miraron entre ellos. Finalmente el hombre más viejo habló muy seriamente, concediéndole el permiso. El arqueólogo tomó su pico y pala y se puso a cavar como John Henry, tratando de perforar aquella superficie. A los dos minutos desapareció por la abertura. Era un pozo ciego. Entonces los indios rieron”.



“Comprende, George. Llegué a entenderlos como ningún hombre blanco los había comprendido antes. Ellos aprendieron a confiar en mí y yo en ellos. Y a pesar de estar allí mientras gastaban su bromita, no tuve ni la más mínima idea sobre lo que estaban planeando. Incluso a pesar de que yo había comenzado a descubrir mis talentos telepáticos y estaba enfocado en ellos. Piensa en ello, George. Piensa en todos los negros con cara de póker que has visto. Piensa en las veces que algún negro haya hecho algo tan decididamente estúpido que te haya provocado un flash de racismo - lo cual, siendo radical, te ha dado vergüenza ¿No? - y que te haya hecho preguntar si no son realmente inferiores. Piensa en el noventa y nueve por ciento de las mujeres del mundo caucásico que hacen todo el tiempo su papel de Betty la Boba o Marilyn Monroe. Piensa un minuto, George. Piensa”.



Hubo un silencio que pareció estirarse hasta un espacio cercano a la vacuidad budista. George reconoció que estaba vislumbrando finalmente el Vacío que sus amigos cabezas-de-ácido habían intentado describirle. Entonces recordó que aquel no era el viaje al que Hagbard lo estaba empujando. Pero el silencio se prolongó como una quietud espiritual, la calma en medio del tornado que habían sido los últimos días, y se encontró rumiando con total indiferencia, sin esperanzas, miedos, presunciones o culpas; si bien no era un darshana o pérdida de ego total, al menos funcionaba sin ese ego inflamado y voraz que siempre salta delante o se acurruca detrás del hecho desnudo. Contempló sus recuerdos impasiblemente, objetivamente, en paz. Pensó en los negros y mujeres que consumaban venganzas sutiles contra sus Amos, actos de sabotaje que no podían ser reconocidos claramente como tales porque tomaban la forma de actos de obediencia; pensó en los Shoshones y en su áspera broma, tan similar a las bromas de otros pueblos oprimidos del mundo; repentinamente vio el significado del Mardi Gras, de la Fiesta de los Tontos, de la Saturnalia, de la Navidad en la Oficina y todas las otras ocasiones, limitadas y estructuradas, durante las cuales la Devolución de los Reprimidos de Freud estaba permitida; recordó las veces que se había desquitado contra algún profesor, un rector de la secundaria, un burócrata, o, más atrás, contra sus propios padres, cuando, esperando la ocasión y haciendo exactamente lo que le habían dicho, pudo producir ciertos tipos de catástrofes menores. Vio un mundo de robots marchando rígidamente por los senderos establecidos desde arriba, y a cada robot con una parte viva, humana, esperando su oportunidad para dejar caer una llave inglesa entre los engranajes. Finalmente vio por qué todo parecía andar mal en el mundo, y por qué la Situación Normal era Estamos Bien Jodidos. “Hagbard” dijo lentamente, “creo que lo tengo. El Génesis está exactamente al revés. Nuestros problemas comenzaron con la obediencia, no con la desobediencia. Y la humanidad todavía no ha sido creada”.



Hagbard, con más cara de halcón que nunca, dijo escrupulosamente “Te estás acercando a la Verdad. Ahora camina con cautela, George. Como dijo Shakespeare: ‘la Verdad no es un perro que uno puede enviar a la cucha’. La Verdad es un tigre. Camina con cautela”. Giró la silla, abrió un cajón de su moderno y casi marciano escritorio danés y sacó un revólver. George observaba, tranquilo y solitario como un hombre en la cima del Everest, mientras Hagbard abría el tambor y le mostraba las seis balas en el interior. Luego, con un chasquido, la cerró y la colocó sobre la mesa. Hagbard no volvió a mirarla. Observaba a George; George observaba el arma. Era la escena con Carlo nuevamente, pero el desafío de Hagbard no era articulado, era gnómico; su mirada ni siquiera sugería nada. El revólver brillaba maliciosamente; susurraba sobre toda la violencia y el sigilo del mundo, sobre traiciones no soñadas por los Medici o Machiavello, sobre trampas tendidas a víctimas inocentes y honestas; parecía llenar la habitación con el aura de su presencia y exudaba una amenaza más sutil que la de un cuchillo, el arma de los traidores, o que la de un látigo en manos de un hombre con una sonrisa sensual y demasiado sagaz; apareció en medio de la tranquilidad de George, tan ineludible e inesperadamente como una serpiente de cascabel en un sendero del parque más podado y arreglado del mundo en una esplendorosa tarde de primavera. Escuchó que la adrenalina comenzaba a correr por su torrente sanguíneo; vio que el “síndrome de activación” humedecía las palmas de sus manos, aceleraba su corazón y aflojaba su esfínter; y a pesar de eso, alto y calmado en su montaña, no sintió nada.



“El robot se perturba fácilmente” dijo finalmente mirando a Hagbard.



“No pongas tu mano en ese fuego” advirtió Hagbard, inmutable. “Te vas a quemar”. Observó y esperó; George no podía quitar la vista de aquellos ojos, y entonces vio en ellos la alegría de Howard el delfín, el desprecio de su rector en la escuela (“Dorn: un coeficiente intelectual alto no justifica la arrogancia y la insubordinación”), el amor desesperado de su madre, que nunca pudo entenderlo, el vacío de Nemo; un gatito que había tenido en la niñez, las amenazas de Billy Holtz, el matón de la escuela, y la extrañeza total de un insecto o de una serpiente. Más: vio a Hagbard de niño, orgulloso como él de su superioridad intelectual, pero temeroso como él de la malicia y estupidez de los niños más grandes, y vio a Hagbard de viejo, años después, arrugado como un reptil, pero todavía con esa inteligencia eternamente indagadora. El hielo se derritió, la montaña se derrumbó con un rugido de protesta y desafío; y George rodó hasta el río que corría hacia los rápidos donde aullaban los gorilas y los ratones correteaban, donde los saurios levantaban sus cabezas sobre el follaje del triásico, donde el mar dormía y las espirales de ADN se enroscaban hacia el flash que era la luz del ahora, este momento feroz contra la casi imposible muerte de la luz, este centro de la tormenta.



“Hagbard…” dijo al final.



“Lo sé. Puedo verlo. No caigas en eso otro. Ese es el error de los Illuminati”.



George sonrió débilmente, todavía no del todo de vuelta al mundo de las palabras. “¿Comed y seréis dioses?” preguntó.



“Yo lo llamo el viaje del no-ego. Es el viaje más grande del ego, por supuesto. Cualquiera puede aprender a hacerlo. Un niño de dos meses, un perro, un gato. Pero cuando un adulto lo redescubre, tras años o décadas de obediencia o sumisión, puede suceder un desastre total. Por eso los roshis del zen dicen: ‘el que adquiere la iluminación suprema es como una flecha que vuela derecho al infierno’. Mantén en mente lo que te dije sobre la precaución, George. Puede sucederte en cualquier momento. Es genial allá arriba, pero necesitas un mantra para mantenerte alejado de allí hasta que sepas utilizarlo. Éste es tu mantra, y si supieras el peligro que corres te lo grabarías con un hierro al rojo vivo en tu espalda para asegurarte de no olvidarlo nunca: Yo Soy El Robot. Repítelo”.



“Yo Soy El Robot”.



Hagbard puso cara de mono y George finalmente volvió a reír. “Cuando estés en sintonía échale una hojeada a mi libro Nunca chifles mientras estás meando,” dijo Hagbard, “hay copias por todo el submarino. Ese es el viaje de mi ego. Y recuerda: eres un robot y nunca serás otra cosa. Por supuesto, también eres el programador, e incluso el meta-programador; pero esa es otra lección para otro día. Por el momento recuerda al mamífero, al robot”.



“Ya sé” dijo George. “He leído a T. S. Elliot y ahora lo comprendo. ‘La humildad es infinita’”.



“Y la humanidad si existe. Lo… otro… no es humano”.



“Así que llegué” dijo George. “Y es solamente otro punto de partida. El comienzo de otro viaje. De un viaje más difícil”.



“O como dijo Heráclito: ‘el final es el comienzo’”. Hagbard se levantó y se sacudió como un perro. “Guau,” dijo, “mejor me voy a trabajar con FUCKUP. Puedes quedarte aquí o ir a tu propio camarote, pero sugiero que no te apresures, y que hables de tu experiencia con alguien más. Puedes hablar de ella hasta el hartazgo”.



George se quedó en el cuarto de Hagbard y reflexionó sobre lo sucedido. No sentía la necesidad de escribir en su diario, su defensa habitual contra el silencio y la soledad desde su adolescencia. En lugar de eso, saboreó la quietud de la habitación y de su propia mente. Recordó que San Francisco de Asís llamaba a su cuerpo “el Hermano Asno” y la expresión que utilizaba Timothy Leary cuando estaba exhausto: “el robot necesita dormir”. Aquellos habían sido sus mantras, sus defensas contra la cima de la montaña y la terrible arrogancia que provocaba. También recordó un viejo aviso clásico de la prensa underground: “Mantenme elevada y te cogeré por siempre”. Sintió lástima por la mujer que había escrito aquello: una triste versión moderna del enloquecido San Simeón con su columna en el desierto. Y Hagbard tenía razón: cualquier perro o gato puede hacerlo, puede saltar hasta la cima de la montaña y esperar desapasionadamente a que el robot, el Hermano Asno, sobreviva a las pruebas o perezca en el intento. De eso se trataban todos los ritos de iniciación primitivos: llevar al joven desde el paroxismo del terror hasta el estado de desapego, el punto en la cima de la montaña, para después hacerlo bajar nuevamente. George comprendió que su generación, al redescubrir las drogas sagradas, había fallado al no acertar con su uso apropiado… habían fallado o no les habían permitido encontrarlo. Era claro que los Illuminati no querían competencia en el negocio de los hombres-dioses.



Puedes hablar de esto hasta el hartazgo en tu cabeza, así como en una conversación, pensó, pero volvió sobre el tema intentando diseccionarlo sin mutilarlo. La parte de la homosexualidad había sido una falsa fachada (con algo de realidad, por supuesto, como todas las falsas fachadas). Detrás de ella se escondía el terror condicionado al robot: el miedo, simbolizado en Frankenstein y otra docena de arquetipos, de que si lo dejamos libre, irrestricto, el Robot se desmadre, asesine, viole, enloquezca… Entonces Hagbard esperó a que el Alamut Negro lo liberara y le mostrara el pico de la cima, el lugar donde el cerebro puede holgazanear, como descansa el motor de un auto, un perro o un gato, el último refugio de los catatónicos. Cuando se encontraba seguro en aquél puerto, Hagabrd le mostró un arma - en una sociedad más primitiva o más sofisticada habría sido el emblema de un poderoso demonio - y George vio que podía seguir holgazaneando allí sin tener que seguir ciegamente las señales de pánico que producía la fábrica de adrenalina del Robot. Tal vez porque era un ser humano y no un perro, la visión de ese ‘otro lugar’ había sido extática y tentadora para él, así que Hagbard, con un par de palabras y la mirada de aquellos ojos, lo había empujado del pico… ¿Hacia donde?



Reconciliación era la palabra. Reconciliación con el robot, con El Robot, consigo mismo. La cima no era una victoria, era la guerra, la guerra eterna contra el Robot, llevada a un nivel más alto y peligroso. El único final posible de la guerra era rendirse, ya que el Robot tenía trescientos mil millones de años de edad y no podía ser asesinado.



Percibió que había dos grandes errores en el mundo: el error de las hordas sumisas, que combatían durante toda su vida para complacer a sus amos y controlar al Robot (pero que siempre saboteaban inconcientemente cada esfuerzo y a su vez eran víctimas de la Venganza del Robot: neurosis, psicosis y toda la lista enorme de enfermedades psicosomáticas);  y el error de aquellos que redescubrían el arte animal de dejar que el Robot camine por sí mismo, e intentaban mantener esta separación indefinidamente hasta perderse irremediablemente en ese abismo cada vez más grande. Unos buscaban reducir al Robot a la sumisión, los otros buscaban matarlo de hambre lentamente; ambos estaban equivocados.



Y así y todo, en otra parte de su mente drogada, George supo que incluso aquello era solamente una verdad a medias; supo que recién estaba iniciando el viaje, y no llegando a destino. Se levantó, fue hasta la repisa de libros y, como esperaba, encontró una pila de libritos escritos por Hagbard: Nunca chifles mientras estás meando por Hagbard Celine, H. S., C. M. Se preguntó qué sería H. S., C. M. mientras abría la primera página y encontraba solamente una pregunta:



¿QUIÉN ES

AQUEL QUE ES MÁS CONFIABLE

QUE

TODOS LOS BUDAS

Y LOS SABIOS

??



George rió en voz alta. El Robot, por supuesto. Yo. George Dorn. Los trescientos mil millones de años de evolución que hay en cada uno de mis genes y cromosomas. Aquello era lo que los Illuminati (y sus clones, que instalaban estructuras de poder en todos lados) no quieren que sepamos.



Pasó a la segunda página y leyó:



Si chiflas mientras estás meando, tienes dos pensamientos, dos mentes, cuando una sola ya es suficiente. Si tienes dos mentes, estás en guerra contigo mismo. Y si estás en guerra contigo mismo, para una fuerza externa es fácil vencerte. Por eso Mong-Tse escribió: “Un hombre debe destruirse a sí mismo antes que otros puedan destruirlo”.



Eso era todo, con la excepción de un dibujo abstracto en la página tres que sugería una figura enemiga que se movía hacia el lector. Cuando estaba por voltear la página, George se sorprendió: desde otro ángulo, el dibujo eran dos figuras trenzadas en lucha. El Yo y el Ello. La Mente y el Robot. Su memoria retrocedió veintidós años y vio que su madre, inclinada sobre la cuna, le apartaba las manos del pene. Cristo, no me extraña por qué me lo agarro cuando tengo miedo: la Venganza del Robot, la Devolución de los Reprimidos.



George comenzó a pasar de página nuevamente y vio otro truco en la abstracción de Hagbard: desde un tercer ángulo parecía una pareja haciendo el amor. En un flash, vio la cara de su madre sobre la cuna otra vez, con mejor foco, y reconoció la preocupación en sus ojos. La mano cruel de la represión había sido movida por el amor: estaba tratando de salvarlo del Pecado.



Y Carlo, muerto hace ya tres años, junto al resto de aquel grupo Morituri… ¿Qué había inspirado a Carlo y a los otros cuatro (todos menores de dieciocho, recordó) cuando chocaron con los Relámpagos de Dios y cuando mataron a tres policías y a cuatro agentes del Servicio Secreto en su intento de asesinar al Secretario de Estado? Amor, un loco amor…



La puerta se abrió y George apartó los ojos del texto. Mavis, vistiendo nuevamente el sweater y los jeans, entró a la habitación. Para ser una anarquista derechista declarada, vestía bastante parecido a una nueva izquierdista, pensó George; pero Hagbard escribía como una cruza de izquierdista reichiano y un maestro Zen egomaníaco, por lo tanto era obvio que había cosas en la filosofía Discordiana que todavía no podía comprender, a pesar de que ya estaba convencido que era el sistema que había estado buscando durante años.



“Mmm,” dijo ella, “me agrada ese olor ¿Alamut Negro?”.



“Si” dijo George sin poder enfocar sus ojos. “Hagbard ha estado iluminándome”.



“Me doy cuenta, ¿Por eso te sientes repentinamente incómodo conmigo?”.



George la miró a los ojos y apartó la vista nuevamente; en ellos había ternura, pero ternura fraternal. Murmuró “es que me di cuenta que nuestro sexo fue menos importante para ti que para mí”.



Mavis se sentó en la silla de Hagbard y le sonrió afectuosamente. “Mientes, George. Querrás decir que fue más importante para mí que para ti”. Ella comenzó a cargar la pipa. Cristo, pensó George, ¿Hagbard la habrá enviado para que me lleve a la próxima etapa?



“Bueno, ambas cosas” dijo con precaución. “En ese momento tú estabas más comprometida emocionalmente que yo, pero ahora yo estoy más comprometido. Y sé que no voy a obtener lo que quiero. Nunca”.



“Nunca es un tiempo muy largo. Digamos que no puedes obtenerlo ahora”.



“‘La humildad es infinita’” repitió George.



“No empieces a sentir lástima por ti mismo. Has descubierto que el amor es algo más que una palabra en los poemas y lo quieres ahora mismo. También descubriste otras dos cosas que antes solamente eran palabras para ti: sunyata y satori ¿No es suficiente para un solo día?”.



“No me estoy quejando. Sé que ‘La humildad es infinita’ también significa que la sorpresa es infinita. Hagbard me prometió una verdad, y es esa”.



Mavis finalmente encendió la pipa y, luego de fumar una buena bocanada, se la pasó. “Puedes probar con Hagbard” dijo.



George, dando una pitada suave porque todavía estaba bastante colocado, murmuró “¿Hm?”.



“Con él tendrás las dos cosas: te amará y te cogerá. Por supuesto, no es lo mismo. Él ama a todo el mundo. Todavía no he llegado a esa etapa. Solamente puedo amar a mis iguales” sonrió maliciosamente. “Aunque puedo calentarme contigo. Pero ahora que sabes que hay algo más aparte de eso, quieres todo el paquete ¿No es así? Por eso te digo que pruebes con Hagbard”.



George rió sintiéndose súbitamente de buen humor “¡Okay! Lo haré”.



“Mientes” dijo Mavis abruptamente. “Nos engañas a ambos. Liberaste algunas energías y al igual que cualquiera que está en esa etapa quieres demostrar que ya no tienes ningún bloqueo. Esa risa no fue convincente, George. Si tienes un bloqueo, enfréntalo. No simules que no existe”.



La humildad es infinita, pensó George. “Tienes razón” dijo sin avergonzarse.



“Así está mejor. Al menos no caíste en un sentimiento de culpa por el bloqueo. Sería un retroceso infinito. La etapa siguiente sería sentir culpa por sentir culpa… y rápidamente estarías nuevamente en la trampa, intentando ser el gobernador de la nación Dorn”.



“El Robot” dijo George.



Mavis pegó una pitada y dijo “¿Mm?”.



“Le llamo el Robot”.



“Eso lo tomaste de Leary, a mitad de los 60s. Olvidé que fuiste un niño prodigio. Puedo verte, con tus lentes y los hombros caídos, devorando uno de los libros de Tim cuando tenías ocho o nueve años. Debes haber sido todo un caso. Deben haberte agredido bastante por entonces, ¿No?”.



“Eso le pasa a la mayoría de los prodigios. Y también a los que no lo son”.



“Si. Ocho años de primaria, cuatro de secundaria, cuatro de universidad y luego los estudios de postgrado. Al final solamente queda el robot. La nación rebelde de Mi con el pobre Yo sentado en el trono, intentando gobernarla”.



“Ya no hay gobernantes” citó George.



“Veo que ustedes se entienden muy bien”.



“Eso era de Chuang Chou, el filósofo taoísta. Pero nunca lo había comprendido hasta ahora”.



“¡Así que Hagbard lo robó de allí! Tiene unas tarjetitas que dicen ‘Ya no hay enemigos’ y otras que dicen ‘Ya no hay amigos’. Una vez me dijo que en dos minutos podía decidir cuál carta era la correcta para cada persona en particular. Para sacudirlos y hacerlos despertar”.



“Pero las palabras solas no sirven. Yo ya conocía las palabras…”.



“Las palabras pueden ayudar. En la situación adecuada. Si son las palabras incorrectas. Quiero decir, correctas. No, incorrectas está bien”.



Rieron y George preguntó “¿Solamente estamos tonteando o tomaste la posta para la liberación de la nación Dorn donde Hagbard la dejó?”.



“Solamente tonteando. Hagbard me dijo que habías pasado por una de las entradas sin puertas y que debía meterme luego de que estuvieras un tiempo solo”.



“Una entrada sin puerta. Esa es otra frase que conozco desde hace años, pero sin comprenderla. La entrada sin puerta y la nación sin gobierno. La causa principal del socialismo es el capitalismo ¿Qué carajo tiene que ver esa maldita manzana con todo esto?”.



“La manzana es el mundo ¿A quién se la ofreció la Diosa?”.



“A ‘la más bella’”.



“¿Y quién es la más bella?”.



“Tú”.



“No me tires un lance ahora. Piensa”.



George soltó una risita. “Ya he tenido suficiente. Creo que me ha dado sueño. Tengo dos respuestas, una comunista y otra fascista. Ambas son incorrectas, por supuesto. La respuesta correcta debe encajar en tu sistema anarco-capitalista”.



“No necesariamente. El anarco-capitalismo es nuestro viaje. No intentamos imponérselo a todo el mundo. Tenemos una alianza con un grupo anarco-comunista llamado JAMs. John Dillinger es su líder”.



“Vamos. John Dillinger murió en 1935 o algo así”.



“John Dillinger está vivo y coleando en California, en Fernando Poo y en Texas”. Mavis sonrió. “De hecho, él mató a John F. Kennedy”.



“Dame la pipa. Si tengo que escuchar esto, me conviene estar en un estado en el que no intentaré comprender nada”.



Mavis le pasó la pipa. “La ‘más bella’ tiene varios niveles de comprensión, como toda buena broma. Como eres principiante, te daré la explicación freudiana. Ya conoces a la más bella, George. Ayer se la diste a la manzana”.



“Para cualquier hombre, su pene es la cosa más bella del mundo. Desde que nace hasta que muere. Nunca pierde su eterna fascinación. Y te digo, nene, lo mismo se aplica a las mujeres con su vagina. Es lo más cercano a un amor real, ciego e incondicional y a una adoración religiosa que alguien pueda alcanzar. Pero cualquiera moriría antes de admitirlo. En una sesión de terapia grupal pueden confesar homosexualidad, ansias de matar, pequeños rencores y traiciones, fantasías sádicas y masoquistas, travestismo, y cualquier otra cosa extraña que quieras nombrar. Pero ese narcisismo constante profundamente sumergido, esa masturbación mental perpetua es el primer y más poderoso bloqueo. Nadie lo admitiría jamás”.



“Por la literatura psiquiátrica que he leído, pensé que la mayoría de la gente tenía sentimientos escrupulosos y negativos hacia sus genitales”.



“Eso, citando a Freud, es una formación reactiva. La primera reacción emocional cuando el infante descubre los increíbles centros de placer que posee es de sorpresa perpetua, asombro y gozo. No interesa cuanto la sociedad intente aplastarlo y reprimirlo. Un ejemplo: todo el mundo tiene algún sobrenombre para sus genitales ¿Cuál es el tuyo?”.



“Polifemo” confesó George.



“¿Qué?”.



“Porque tiene un solo ojo ¿Entiendes? Además me gusta el nombre Polifemo. No recuerdo exactamente cuál fue mi proceso mental cuando inventé ese apodo durante mi adolescencia”.



“Además, Polifemo era un gigante. Casi un dios ¿Ves lo que quiero decir sobre las primeras reacciones emocionales? Es el origen de todas las religiones. La adoración de tus propios genitales y de los de tu amante. Ellos son Pan Pangenitor y la Gran Madre”.



“Así que…” dijo George desconfiado, sin estar seguro si aquello era profundo o sinsentido, “… ¿La Tierra pertenece a nuestros genitales?”.



“A sus descendientes, y a los descendientes de sus descendientes, y así eternamente. El mundo es un verbo, no un sustantivo”.



“La más bella tiene trescientos millones de años”.



“Ahí lo tienes, nene. Aquí todos somos inquilinos, incluso aquellos que creen ser los dueños. La propiedad es imposible”.



“Okay, okay, creo que entendí casi todo. La propiedad es un robo porque los títulos de pertenencia de los Illuminati son arbitrarios e injustos. Lo mismo que sus grupos bancarios, sus franquicias tranviarias y todos sus otros juegos monopólicos del capitalismo”.



“Del capitalismo de estado. No del verdadero laissez fair”.



“Aguarda. La propiedad es imposible porque el mundo es un verbo, una casa en llamas, como dijo Buda. Todas las cosas son fuego. Mi viejo amigo Heráclito. Así que la propiedad es imposible y es un robo ¿Cómo llegamos a que la propiedad es libertad?”.



“Sin propiedad privada no pueden haber decisiones privadas”.



“¿Así que estamos adonde empezamos?”.



“No. Subimos un nivel en la escalera caracol. Míralo de esa manera. Dialécticamente, como dicen tus amigos marxistas”.



“Pero nos seguimos preocupando por la propiedad privada, luego de demostrar que es una ficción imposible”.



“La propiedad privada estatal es una ficción imposible. Así como la propiedad comunal estatal es una ficción imposible. Piensa fuera de la franja estatal, George. Piensa en la propiedad en libertad”.



George sacudió la cabeza. “Me rompe la cabeza. Lo único que veo es a la gente despedazándose entre sí. La guerra de todos contra todos, como dijo aquel tipo…”.



“Hobbes”.



“Hobbes, hobbits. Quienquiera que sea, ¿No tiene razón?”.



“Frena el motor de este submarino”.



“¿Qué?”.



“Oblígame a amarte”.



“Aguarda, yo no…”.



“Cambia el color del cielo a verde o rojo en vez de azul”.



“No entiendo”.



Mavis tomó una lapicera del escritorio y la sostuvo con dos dedos. “¿Qué sucederá si la suelto?”.



“Se cae”.



“¿Adonde te sientas si no hay sillas?”.



“¿En el piso? Si no estuviera tan drogado ya habría comprendido. A veces las drogas son más un obstáculo que una ayuda “¿En el suelo?” añadí.



“En tu culo, seguramente” dijo Mavis. “El punto es que si no hubiera más sillas, todavía podrías sentarte. O construirías sillas nuevas”. Ella también estaba drogada; de otra forma lo explicaría con más claridad, pensé. “Pero no puedes detener el motor sin antes aprender algo de ingeniería naval. No sabrías qué botón apretar. O qué botones. Y no puedes cambiar el color del cielo. Y la lapicera caerá sin la intervención de un demonio que controle la gravedad”.



“Mierda y petunias rosas” dije con disgusto. “¿Esto es una forma de tomismo? ¿Intentas venderme el argumento de la Ley Natural? No puedo tragarme eso”.



“Bien, George. Aquí viene una nueva sacudida. Mantén tu culo apretado”. Habló hacia la pared, hacia algún micrófono oculto, supuse “Tráiganlo ahora”.



El robot se perturba fácilmente; mi esfínter ya estaba apretado cuando ella me advirtió que habría una sacudida, sin necesidad que hablase de mi culo. Carlo y su arma. Hagbard y su arma. La mansión de Drake. Respiré profundo y esperé a ver qué hacía el Robot.



Un panel del muro se abrió y Harry Coin fue empujado adentro del camarote. Tuve tiempo suficiente para pensar lo que había sospechado: que en este juego donde ambas facciones juegan constantemente con la ilusión, la muerte de Coin pudo haber sido falsa, con intestinos artificiales y todo, y que Mavis junto a sus secuaces pudo haberlo sacado de la prisión antes de sacarme a mí; y recordé el dolor que sentí cuando me golpeó y cuando me violó. Y el Robot comenzó a caminar antes de que yo pudiera dirigir sus movimientos, y la cabeza de Coin estaba golpeando contra la pared, con sangre brotando de la nariz; mientras caía al suelo le conecté otro golpe en la mandíbula, y me detuve justo cuando estaba a punto de patearle la cara, porque yacía inconciente. El Zen en el arte de aporrear rostros. Había noqueado a un hombre con solo dos golpes; yo que odiaba a Hemingway y al machismo, y que nunca en la vida había tomado clases de boxeo. Estaba respirando agitadamente, pero era agradable, como la sensación después de un orgasmo; la adrenalina fluía, pero había detonado un reflejo de lucha en lugar de un reflejo de huida, y ahora que había terminado, me sentí en calma. Hubo un brillo en el aire. La pistola de Hagbard estaba en las manos de Mavis, y luego, volando hacia las mías. La atrapé y ella dijo “Acaba con el bastardo”.



Pero la rabia había finalizado cuando detuve la patada al ver que estaba inconciente.



“No,” dije, “ya está acabado”.



“No hasta que lo mates. No nos servirás hasta que estés listo para matar, George”.



La ignoré y grité hacia la pared “Llévense al bastardo”. El panel se abrió y dos marineros de aspecto eslavo, sonrientes, tomaron a Coin por los brazos y lo arrastraron hacia la abertura. El panel se cerró nuevamente, en silencio.



“No mato por órdenes” dije, girando hacia Mavis. “No soy un pastor alemán, ni un militar. Mi asunto con él está saldado, y si deseas verlo muerto tendrás que hacer el trabajo sucio por tu cuenta”.



Pero Mavis sonreía plácidamente. “¿Eso es una Ley Natural?” preguntó.



Veintitrés horas después, Tobias Knight escuchaba la voz en sus audífonos. “Ese es el problema, no puedo recordarlo. Pero si me deja meditarlo un rato tal vez me vuelva a la memoria” Alisando nerviosamente sus bigotes, Knight presionó la tecla de grabación automática, se quitó los auriculares y llamó a la oficina de Esperando Despond.



“Despond” dijo el intercomunicador.



La CIA tiene a uno. Un hombre que estuvo con la chica después que Mocenigo. Envíe a alguien por la cinta, contiene una buena descripción de la joven”.



“OK” dijo Despond escuetamente. “¿Algo más?”.



“El sujeto cree que recordará el nombre del siguiente cliente de la chica. Ella se lo mencionó. Podríamos obtener eso también”.



“Crucemos los dedos” dijo Despond y cortó. Se reclinó en su silla y llamó a los tres agentes a su oficina. “El tipo que tenemos - ¿Cómo se llama? Naismith - probablemente haya sido el siguiente cliente de la chica. Cotejaremos ambas descripciones de ella para conseguir un retrato más preciso que el de la CIA, ya que ellos están trabajando con una sola descripción”.



Pero quince minutos después observaba perplejo el esquema que habían escrito en el pizarrón:



DESCRIPCIONES DE LA SOSPECHOSA

                            

                             Primer Testigo   Segundo Testigo



Altura:                 1.58 metros       1.68 metros



Peso:                    40 - 45 kilos     50 - 55 kilos



Cabello:               Negro                Rubio



Raza:                    Negra                Caucásica



Nombre o alias:   Bonnie              Sarah



Cicatrices, etc.:    Ninguna            Cicatriz en la garganta



Edad:                   18 - 19 años       25 - 27 años



Sexo:                     Femenino          Femenino





Un agente alto y con aspecto de oso, llamado Roy Ubu, dijo pensativo “Nunca había visto dos descripciones que concordaran con exactitud, pero esto…”



Otro agente, pequeño e irascible, llamado Buzz Vespa, dijo bruscamente “Uno de ellos está mintiendo por alguna razón, ¿Pero cual?”.



“Ninguno tiene motivos para mentir” dijo Despond. “Caballeros, debemos enfrentar los hechos. El Dr. Mocenigo no era merecedor de la confianza que el gobierno de los EEUU le concedió. Era un maníaco sexual degenerado. Estuvo con dos mujeres anoche, y una de ellas era negra”.



“¿Cómo que ese maldito enano bastardo se fue?” gritaba Peter Kurten de la CIA en ese mismo momento. “La única salida del cuarto es esta puerta, y estuvo vigilada todo el tiempo. La única vez que la abrieron fue cuando De Salvo retiró el depósito de la máquina de café para ir a llenarlo en la sandwichería de al lado. Oh… mi… Dioseldepósitode lacafetera…”. Mientras se hundía en la silla con la boca abierta, un agente con un aparato que parecía un buscador de minas se le acercó.



“Barrido diario para detectar bichos del FBI, señor” dijo con incomodidad. “Temo que la máquina registra uno debajo de su escritorio. Si me permite, lo voy a… uh… quitar…”.



Y Tobias Knight dejó de escuchar. Pasarían varias horas hasta que su hombre en la CIA pudiera volver a conectar un bicho nuevo.



Saúl Goodman pisó el freno del Ford Brontosaurus que había rentado, mientras una figura pequeña que salió repentinamente de la sandwichería Papá Mezcalito corría directamente hacia el parachoques. Saúl escuchó un golpe seco y la voz de Barney Muldoon a su lado que decía “Oh, Cristo, no…”.



Había agotado todos mis recursos. Si fueran del Sindicato podría comprenderlo, ¿Pero por qué los Fedes? Estaba asombrado. Le dije a esa puta estúpida de Bonnie Quint “¿Estás mil por ciento segura?”.



“Carmel” me respondió, “conozco al Sindicato. No son tan gentiles. Estos tipos eran lo que decían ser: Fedes”.



Oh, Jesucristo. Jesucristo con trenzas en la barba. No pude contenerme y le di un puñetazo en la trompa a esa puta estúpida. “¿Qué les dijiste?” le grité. “¿Qué les dijiste?”.



Comenzó a lloriquear. “No les dije nada” dijo.



Así que tuve que golpearla otra vez. Cristo, odio golpear a las mujeres, lloran demasiado. “Usaré mi cinturón” aullé. “Ayúdame Dios, porque voy a usarlo. No me digas que no les dijiste nada. Todo el mundo les dice algo. Incluso un mudo canta como Sinatra cuando ellos terminan su trabajito. Así que dime lo que les dijiste”. La golpeé nuevamente. Cristo, era terrible.



“Solamente les dije que no estuve con ese tal Mocenigo. Y no estuve”.



“¿Y con quién les dijiste que estuviste?”.



“Inventé una descripción. Un enano. Un tipo que vi en la calle. Nunca daría el nombre de un cliente verdadero, se que eso podría perjudicarte. Y a mí”.



No supe qué hacer, así que volví a golpearla. “Vete” digo. “Piérdete. Déjame pensar”.



Ella se va, todavía lloriqueando, y yo voy hasta la ventana para mirar el desierto y calmar mi cabeza. Mi alergia a las rosas estaba comenzando a actuar; era ese momento del año ¿Por qué la gente debía traer rosas al desierto? Intenté concentrarme en el problema y olvidarme de mi salud. Había una sola explicación: ese maldito Mocenigo se dio cuenta que Sherri intentaba sonsacarle información y le dijo a los Fedes. El Sindicato todavía no estaba involucrado. Todos andaban en el Este correteando como pollos sin patas, intentando averiguar quién se había despachado a Maldonado y por qué eso sucedió en la casa de ese famoso banquero altruista Drake. Así que no deben haber descubierto los cinco millones de dólares de Nariz de Banana que desaparecieron ni bien me enteré que estaba muerto. Los Fedes tampoco estaban involucrados, y la conexión fue circunstancial.



Entonces caí en la cuenta, y caí tan fuerte que casi me caigo realmente. Más allá de mis chicas, que no hablarían, había unos cuantos taxistas, cantineros, y chismosos que sabían que Sherri trabajaba para mí. Tarde o temprano los Fedes lo averiguarían, y probablemente sería temprano. Era como un globo de historieta sobre mi cabeza: TRAICIÓN. AYUDAR Y ACOBIJAR AL ENEMIGO. Recordé que cuando era chico los Fedes habían atrapado a aquellos dos científicos judíos por eso. El trono caliente. Los frieron, Jesucristo, creo que voy a vomitar ¿Por qué el puto gobierno tiene que hacer eso con la gente que intenta ganarse un billete? El sindicato te balearía simplemente o te aplicaría un enema de plomo, pero el gobierno chupa vergas tiene que ponerte en una silla eléctrica. Jesucristo, estoy más caliente que una chimenea.



Saco un caramelo de mi bolsillo y comienzo a masticarlo, tratando de pensar qué hacer. Si huyo, el Sindicato adivinará que fui yo quien vació la caja fuerte cuando despacharon a Maldonado y me atraparán. Y si no huyo, los Fedes vendrán a mi puerta con una orden de arresto por alta traición. Es un doble bajón. Podría intentar secuestrar un avión hacia Panamá, pero no llegué a averiguar lo suficiente sobre los bichos de Mocenigo como para hacer un trato con el gobierno comunista de allá. Me enviarían de vuelta. No hay salidas. Lo único que puedo hacer es encontrar un agujero y enterrarme.



Entonces fue como si se me encendiera una lamparita, y pienso: la Cueva Lehman.



“¿Qué dice ahora la computadora?” preguntó el presidente al Fiscal General.



“¿Qué dice ahora la computadora?” ladró el Fiscal General al teléfono abierto delante de él.



“Si la chica tuvo dos contactos antes de morir,” la voz en el conmutador hizo una pausa, “en este momento, el número de posibles portadores es de 428.000. Si la chica tuvo tres contactos, serían 7.656.000”.



“Llamen al Agente Especial a cargo” dijo el presidente. Era el hombre más tranquilo de la mesa - desde lo de Fernando Poo estaba suplementando sus Librium, Tofanil y Elovil con Demerol, las fantásticas pastillitas que mantuvieron calmo y alegre a Hermann Goering durante los Juicios de Nuremberg mientras otros nazis se derrumbaban en un estado catatónico, en la paranoia o en alguna otra condición disfuncional.



“Despond” dijo el conmutador.



“Habla el Presidente” dijo el presidente. “Díganos sin rodeos ¿Acorralaron al mapache?”.



“Eh, señor, no, señor. Debemos encontrar al proxeneta, señor. Es imposible que la chica esté viva, pero no hemos encontrado su cuerpo. Es matemáticamente cierto que alguien haya escondido el cadáver. La teoría obvia, señor, es que su proxeneta, al dedicarse a un negocio ilegal, haya preferido ocultar el cuerpo antes que reportar la muerte. Tenemos dos descripciones de la chica, señor, y, eh, aunque no coinciden plenamente, nos guiarán hacia su proxeneta. Él morirá pronto, señor, entonces lo encontraremos. Ese es el rubicón del caso, señor. Mientras tanto, me alegra informarle, señor, que hemos tenido una suerte sorprendente. Hasta ahora solamente hemos tenido dos casos definitivos fuera de la base, y a ambos les fue suministrado el antídoto. Es posible que el proxeneta se haya escondido luego de ocultar el cuerpo. En ese caso, tal vez no se ha contactado con nadie y no ha contagiado a más personas. Señor”.



“Despond” dijo el Presidente, “quiero resultados. Manténganos informados. Su país depende de usted”.



“Si, señor”.



Acorralen a ese mapache, Despond”.



“Lo haremos, señor”.



Esperando Despond colgó mientras un agente del sector informático entraba a su oficina “¿Tienes algo?” preguntó con nerviosismo.



“La primera chica, señor, la negra. Era una de las prostitutas que interrogamos ayer. Su nombre es Bonnie Quint”.



“Te ves preocupado ¿Alguna pista?” preguntó Despond sagazmente.



“Solamente otro rompecabezas. Ella no admitió haber estado con Mocenigo la noche anterior, pero esperábamos ese tipo de mentiras. Esto es lo extraño: la descripción del tipo con quien dijo que si estuvo”. El agente meneó la cabeza con duda. “No concuerda con Naismith, el tipo que dijo que estuvo con ella. Concuerda con el pequeñito, el enano que atrapó la CIA. Pero él dio la descripción de la segunda chica”.



Despond se refregó la frente. “¿Qué carajo ha estado sucediendo en esta ciudad?” le preguntó al cielorraso. “¿Una especie de orgía sexual gigantesca?”.



En efecto, varios tipos de orgías sexuales habían sido llevados a cabo en Las Vegas desde el arribo de los Veteranos de la Revolución Sexual dos días antes. La Brigada Hugh M. Hefner había tomado dos pisos del Sands, habían contratado a dos grupos de mujeres profesionales y todavía no habían salido para unirse a la Brigada Alfred Kinsey, a la Guerrilla Norman Mailer y a los otros grupos que marchaban por la avenida empapando las entrepiernas de las chicas con pistolas de agua, empinando botellas de licor y generalmente bloqueando el tránsito y molestando a los peatones. El Dr. Naismith, luego de un par de apariciones esporádicas, había evitado los festejos retirándose a una suite privada para trabajar en su último proyecto: la recaudación de fondos para la Fundación del Coloso de Yorba Linda. En realidad, los VRS y la Pueblada Unida de Trabajadores Anticomunistas eran proyectos menores de Naismith, y solo le dejaban algunos billetes. La mayoría de los verdaderos veteranos de la revolución sexual habían sucumbido con la sífilis, el matrimonio, los hijos, la pensión alimentaria y otras enfermedades similares; y solamente algunos pocos trabajadores anticomunistas estaban preparados para oponerse al extremismo rojo de la manera que Naismith sugería en sus panfletos; en ambos casos había descubierto dos franjas de mercado para chiflados que nadie más estaba explotando y él puso manos a la obra. La Sociedad John Dillinger Murió Por Ti tampoco le daba muchos réditos al año, a pesar de que estaba tremendamente orgulloso de ella, ya que probablemente era una de las religiones más inverosímiles en la larga historia del capricho humano por la metafísica. La verdadera gallina de los huevos de oro era la Fundación del Coloso de Yorba Linda, que había estado recaudando dinero exitosamente durante varios años para la construcción de un monumento heroico, de oro sólido y tres metros más alto que la Estatua de la Libertad, en honor al martirizado ex presidente Richard Milhous Nixon. El monumento - que sería pagado por veinte millones de estadounidenses que todavía amaban y reverenciaban a Nixon a pesar de las malditas mentiras del Congreso, el Departamento de Justicia, la prensa, la TV y etc. -, sería erigido en las afueras de Yorba Linda, hogar de la infancia de Tricky Dicky, y miraría amenazante hacia Asia, advirtiéndoles a los amarillos que no intentaran saltar sobre el Tío Sammie. Checkers estaría al lado del gigantesco pié derecho del ídolo, mirando hacia arriba con devoción; debajo del pié izquierdo habría una figura alegórica aplastada representando a César Chávez. El Gran Hombre sostendría una planta de lechuga en su mano derecha y un grabador de cintas en la izquierda. Era tan delicioso y atractivo para los Fundamentalistas Americanos, que la Fundación del Coloso ya había recaudado varios cientos de miles de dólares, y Naismith planeaba huir al Nepal con el botín a la primera señal de que los contribuyentes o los inspectores de correo comenzaran a preguntar cuándo iniciaría la construcción de la estatua en los terrenos que había comprado, con mucha publicidad, ni bien recibió los primeros miles.



Naismith era un hombre pequeño y delgado, y, como muchos tejanos, llevaba un sombrero de cowboy (a pesar de que nunca había arreado ganado) y un mostacho de pistolero (a pesar de que todos sus robos estaban basados en el fraude y no en la fuerza). También era un hombre extrañamente honesto para el momento histórico de su país, ya que a diferencia de la mayoría de las corporaciones de la época, ninguno de sus emprendimientos envenenaba o mutilaba a la gente a la que le extraía el dinero. Su único vicio era el cinismo: consideraba que la mayoría de sus paisanos eran casos de manicomio y creía fervientemente que podía explotar su locura contándoles que había una enorme conspiración Illuminati que controlaba el suministro monetario y las tasas de interés, o que aquél bandido de los 30s era, en cierto sentido, un redentor del atrofiado espíritu humano. Nunca se cruzó por su mente que hubiera un elemento de verdad en aquellas nociones bizarras. Al corto plazo y a pesar de haber nacido en Texas, Naismith se alienó del pulso, la poesía y la profundidad del sentimiento Americano, a semejanza de los intelectuales de New York.



Pero su cinismo le sirvió cuando, luego de reportar ciertos síntomas extraños al doctor del hotel, se vio arrastrado a una supuesta clínica del Servicio Público de Salud por unos individuos a los que rápidamente reconoció como la ley. Ésta es una antigua expresión tejana, probablemente una abreviación de hombres de la ley, y está cargada de sospecha y cautela, aunque no de rabia como el término cerdos, de la Nueva Izquierda. Bonnie Parker la usó elocuentemente en su última balada:



Algún día se irán juntos



Y arderán a la par



Para algunos será un pesar



Y un alivio para la ley



La muerte de Bonnie y Clyde



Lo de arriba lo explica: la ley no eran necesariamente los cerdos racistas de la Gestapo fascista (palabras desconocidas en Texas), pero eran personas que sentían alivio si hacían desaparecer a ciertas individualidades molestas y rebeldes, sin importar lo sangrienta que fuera la desaparición. Si eras demasiado insurrecto, la ley te liquidaba - te asesinaba en una emboscada sin darte opción a dimitir, como hicieron con la Srta. Parker y el Sr. Barrow -, pero igualmente aunque fueras un mero estafador de medio pelo como el Dr. Naismith, ellos estarían contentos de ponerte en un lugar donde no puedas arrojar más entropías al motor de la Máquina a la que sirven. Y por lo tanto, al reconocerlos como la ley, el Dr. Naismith achicó los ojos y pensó con rapidez, y cuando comenzaron a interrogarlo mintió como solo puede hacerlo un hombre no reformado de la vieja escuela de Texas.



“Usted se contagió por contacto físico. Pudo ser en un ascensor repleto o con una prostituta ¿Qué fue?”.



Naismith pensó en el choque en la acera entre él, el Enano y aquel personaje con cara de comadreja que llevaba una valija enorme, pero también pensó que el interrogador se inclinaba fuertemente por la segunda posibilidad. Estaban buscando a una mujer; y si le dices a la ley lo que quiere escuchar, dejarán de molestarte con preguntas personales. “Estuve con una prostituta” dijo tratando de sonar avergonzado.



“¿Puede describirla?”.



Pensó en las prostitutas que había visto junto a otros delegados de los VRS y una sobresalió. Como era un hombre gentil y no quería involucrar a una prostituta inocente en aquel desmadre (fuese lo que fuese), combinó los rasgos de la chica con los de la mujer con la que había debutado sexualmente en su juventud, allá por los 50s.



Desafortunadamente para las buenas intenciones del Dr. Naismith, la ley nunca espera que la descripción de un testigo concuerde con la persona descrita en todos sus aspectos, así que cuando la información fue codificada, la máquina IBM produjo tres tarjetas. Cada una tenía más similitudes que diferencias con su ficción, y provenían de un archivo de tarjetas que poseía información de cientos de prostitutas, cuyas descripciones habían sido recolectadas y codificadas durante las últimas veinticuatro horas. Luego de procesar las tres tarjetas nuevamente en la máquina, limitándose a las características físicas más fácilmente reconocibles, los técnicos finalmente se decidieron por Bonnie Quint. Cuarenta y cinco minutos después, ella estaba en la oficina de Esperando Despond, retorciendo con nerviosismo su estola de visón, tironeando el borde de su minifalda, evadiendo ágilmente las preguntas y recordando intensamente la voz de Carmel que decía “Usaré mi cinturón. Ayúdame Dios, porque voy a usarlo”. También estaba un poco adolorida por la inyección.



No trabajas por tu cuenta” dijo Despond de mala manera y por quinta vez. “En esta ciudad la Mafia te metería un cuchillo en el culo y rompería el mango si intentas trabajar por tu cuenta. Tú tienes un chulo. Ahora: ¿Te metemos tras las rejas, o nos dices su nombre?”.



“No seas tan duro con ella” dijo Tobias Knight. “Es solamente una pobre niña confundida. Todavía no tiene veinte años, ¿No es así?” le preguntó bondadosamente. “Déjala pensar. Ella hará lo correcto ¿Por qué va a proteger a un chulo sucio que la explota todo el tiempo?” sonrió proyectando confianza.



“¡Pobre niña confundida, mis pelotas!” explotó Despond. “Esto es un asunto de vida o muerte, y ninguna puta negra que se quede allí sentada haciéndose la estúpida se va a salir con la suya”. Hacía una buena imitación de un hombre literalmente temblando de furia reprimida. “Quiero patearle la cabeza” gritó.



Knight, representando al policía bueno, se mostró aturdido. “Eso no es muy profesional” dijo con tristeza. “Estás cansado, y estás asustando a la niña”.



Tres horas más tarde - luego que Despond hiciera casi todo el sketch de psicópata, amenazando virtualmente con degollar a la pobre Bonnie con un cortapapeles, y de que Knight se transformara en una figura tan paternal y protectora que tanto él como ella comenzaran a sentir que era su hijita de seis años que debía ser protegida durante una invasión de los Godos y los Vándalos - una descripción sollozante pero precisa de Carmel vio la luz, con domicilio incluido.



Doce minutos después, Roy Ubu llamaba desde la radio de su auto para informar que Carmel no estaba en casa y que había sido visto manejando un jeep hacia el suroeste con una gran valija junto a él.



Durante las siguientes dieciocho horas, once hombres en jeeps fueron detenidos en diversas rutas al suroeste de Las Vegas pero ninguno resultó ser Carmel, a pesar que algunos de ellos tenían la altura, el peso y la descripción física general dada por Bonnie Quint, y que dos de ellos llevaban valijas grandes. Durante las veinticuatro horas posteriores a eso, cerca de mil hombres de todo tamaño y contextura física fueron detenidos en las carreteras al norte, sur, este y oeste, en autos que no eran siquiera remotamente parecidos a un jeep, y que en vez de huir, iban hacia Las Vegas. Ninguno de ellos resultó ser Carmel tampoco.



Entre todos los hombres con credenciales del Servicio Público de Salud de los EEUU que rondaban la base Puerta del Desierto y la ciudad de Las Vegas, uno de ellos, que realmente era empleado del SPS de EEUU, tenía un cuerpo magro y largo, semblante fúnebre, un aspecto general similar al de Boris Karloff, y se llamaba Fred Filiarisus. Gracias a un permiso especial de la Casa Blanca, el Dr. Filiarisus tenía acceso a toda la información de los científicos de la base, incluso al desarrollo de la enfermedad en los primeros infectados, dos de los cuales habían fallecido antes de que el antídoto surtiera efecto y otros tres que mostraron una carencia total de los síntomas a pesar que habían sido expuestos al mismo tiempo que los demás. También tenía acceso total a la información del FBI y de la CIA sin necesidad de utilizar micrófonos ocultos. Fue él quien al final puso correctamente todas las piezas del rompecabezas el 30 de Abril, y lo reportó directamente a la Casa Blanca el mediodía de ese mismo día.



“Algunas personas son naturalmente inmunes al Ántrax Lepra Pi, Sr. Presidente” dijo Filiarisus. “Lamentablemente, son portadores. Encontramos a tres de ellos en la base, y es matemática y científicamente certero decir que todavía existe un cuarto”.



“Todos le mintieron al FBI y a la CIA, señor. Tuvieron miedo de ser penados porque llevaban a cabo diferentes actividades prohibidas por nuestra ley. Sus historias no concordaban. Cada testigo mintió en algo, y en general en varios puntos. La verdad era diferente. Al ser una agencia punitiva, el gobierno actuó como un factor distorsionante desde el comienzo, y tuve que implementar las ecuaciones de la teoría de la información para determinar el grado de distorsión presente. Me atrevería a decir que lo que descubrí podría tener una aplicación universal: ningún cuerpo gobernante podrá obtener jamás una descripción precisa de la realidad por parte de los individuos sobre los que ejerce su poder. Desde la perspectiva del análisis comunicacional, el gobierno no es un instrumento de la ley y el orden, si no de la ley y el desorden. Lamento decirlo de una forma tan brusca, pero esto necesitará considerarse cuando se produzcan otras situaciones similares en el futuro”.



“Suena como una maldito anarquista” murmuró el vicepresidente.



“Los hechos verdaderos, con un noventa y nueve por ciento de certeza,” continuó Filiarisus, “son los siguientes: el Dr. Mocenigo tuvo un solo contacto, y ella murió. La hipótesis del FBI es correcta: su cuerpo fue enterrado, probablemente en el desierto, por un asociado que no quería involucrarse con las agencias de investigación. Si la prostitución fuese legal, no hubiéramos tenido esta pesadilla”.



“Te dije que era un jodido anarquista” gruñó el vicepresidente. “¡Y un maniático sexual!”.



“El asociado que ocultó el cuerpo es nuestro cuarto portador, personalmente inmune, pero letal para los demás” explicó Filiarisus. “Esta es la persona que infectó al Sr. Chaney y al Dr. Naismith. Probablemente no sea una prostituta. Estos hombres mintieron, entre otras razones, porque sabían lo que estaban buscando los agentes del gobierno. Cuando se ejerce coacción sobre la gente, siempre dicen y hacen lo que creen que se espera de ellos - otra de las razones por las cuales el gobierno nunca descubre la verdad de ciertas cosas”.



“La única hipótesis que la lógica matemática aceptaría, una vez cotejada toda la información, es que el cuarto portador es el proxeneta desaparecido, el Sr. Carmel. Al no experimentar ningún síntoma, no está al tanto de que lleva consigo la enfermedad más peligrosa del mundo. Por razones propias, que no podemos adivinar, ha estado escondiéndose desde que se deshizo del cuerpo de la mujer. Probablemente teme que el cuerpo sea encontrado y que se le acuse de homicidio culposo o simple. O tal vez por un motivo completamente diferente al deceso. Solamente mantuvo dos contactos interpersonales. Creo que su contacto con la Srta. Quint fue típico de su profesión: la golpeó o mantuvo relaciones sexuales con ella. En cambio, su contacto con el Dr. Naismith y con el Sr. Chaney debió ser accidental - tal vez en un elevador repleto, como sugirió el Sr. Despond. De cualquier manera, él ha estado y está escondido, por eso solamente encontramos tres casos en lugar de los millones que temíamos”.



“Sin embargo, el problema persiste. Carmel es inmune y nunca sabrá que porta la enfermedad y, eventualmente, saldrá de su escondite. Cuando lo haga, nos enteraremos porque habrá una epidemia de Ántrax Lepra Pi en la zona en que se encuentre. En ese punto la pesadilla comenzará nuevamente, señor”.



“Nuestra esperanza, y la estadística de la computadora me apoya en esto, reside en revelarlo públicamente. Deberemos enfrentar el pánico que intentamos evitar. Todos  los medios de comunicación del país deben relatar los hechos, y el identikit de Carmel debe circular por todos lados. Es nuestra última oportunidad. Ese hombre es una Máquina Apocalíptica caminante y debe ser hallado”.



“Nuestros sicólogos y sociólogos han computado y analizado los datos de catástrofes y plagas previas. La conclusión, con un noventa y tres por ciento de certeza, es que el pánico será a escala nacional y que deberá declararse ley marcial en todo el país. Los congresistas liberales deberán ser puestos bajo arresto domiciliario, y la Corte Suprema deberá ser despojada completamente de sus poderes. El Ejército y la Guardia Nacional deberán ser enviados a todas las ciudades con una autoridad superior a la de cualquier oficial local. Resumiendo, la democracia deberá cesar hasta que el estado de emergencia finalice”.



“No es un anarquista” dijo el Secretario del Interior. “Es un maldito fascista”.



“Es realista” dijo el presidente, con la mente despejada, vigoroso, bastante drogado y a la vuelta de la esquizofrenia gracias a los tres tranquilizantes habituales, una dosis más fuerte de anfetaminas que la usual y a aquellas pastillitas felices de Demerol. “Comenzaremos a implementar sus sugerencias ahora mismo”.



Y los pocos remanentes andrajosos de la Carta de Derechos que habían sobrevivido durante cuatro décadas de Guerra Fría fueron puestos a descansar - temporalmente, al menos para los allí presentes -. En el día conocido como Víspera de Mayo o Walpurgisnatch, el Dr. Filiarisus, cuyo nombre de Illuminatus era Gracchus Gruad, completó el proyecto que había iniciado cuando el primer sueño sobre el Ántrax Lepra Pi fue implantado en la mente del Dr. Mocenigo el día conocido como Candelmas. Y por supuesto, ellos esperaban que el sepelio de la Carta de Derechos fuera permanente.



(Dos horas antes de que el Dr. Filiarisus hablara con el presidente, cuatro de los cinco Illuminati Primi del mundo se reunieron en un antiguo cementerio de Ingolstadt; el quinto no pudo estar presente. Convinieron en que todo estaba saliendo como habían planeado, pero que todavía había un peligro: nadie de la orden podía rastrear a Carmel, sin importar el grado de desarrollo de su PES[2]. Inclinado sobre una tumba - donde una vez Adam Weishaupt realizara unos ritos tan extraños que la vibración psíquica que liberó golpeó a todas las mentes sensibles de Europa, provocando una producción literaria decididamente peculiar, como El Monje de Lewis, Melmoth de Maturin, El Castillo de Otranto de Walpole, Frankenstein de la Sra. Shelley, y Ciento Veinte Días de Sodoma de De Sade - el mayor de los cuatro dijo “Todavía puede fallar si uno de los memanos encuentra al chulo antes de que infecte una o dos ciudades”. Memanos era la abreviación de un término que se aplicaba a todos aquellos descendientes de los que no formaron parte del Círculo Intacto: meros humanos.



“¿Por qué ninguno de nuestros ultra sensitivos puede hallarlo?” preguntó el segundo. “¿No posee ego o alma en absoluto?”.



“Tiene una vibración, pero no es específicamente humana” respondió el mayor. “Cada vez que creemos tener una pista de él, descubrimos que son las vibraciones de la caja fuerte de un banco o de algún millonario paranoico”.



“Tenemos el mismo problema con un gran número creciente de estadounidenses” comentó hoscamente el tercero. “Hicimos demasiado bien nuestro trabajo en ese país. Su condicionamiento hacia esos papelillos verdes es tan fuerte que casi no tienen otro impulso psíquico legible”.



“Ahora no es momento para alarmarse, mis hermanos” dijo la cuarta. “El plan está virtualmente realizado y la falta de cualidades memanas de este hombre será una ventaja para nosotros cuando demos con él. Sin ego no hay resistencia. Podremos manejarlo a nuestro antojo. Si las estrellas no se equivocan, Aquel Que No Debe Ser Nombrado está impaciente, ¡Ahora debemos ser intrépidos!” dijo ella con fervor.



Los otros asintieron. “¡Heute die Welt, Morgens das Sonnensystem!” gritó el mayor con fiereza.



Heute die Welt” repitieron los demás Morgens das Sonnensystem”).



Pero dos días antes, mientras el Lief Erikson dejaba atrás el Atlántico para ingresar al océano subterráneo de Valusia bajo Europa, George Dorn estaba escuchando un tipo diferente de coro. Mavis le había explicado que era el Ágape Ludens semanal, o el Juego Festivo del Amor para los Discordianos, y el comedor había sido decorado con pósters pornográficos y sicodélicos, diseños místicos cristianos, budistas y amerindios, globos y chupetines colgados con cintas brillantes, pinturas numinosas de los santos discordianos (incluyendo a Norton I, Segismundo Malatesta, Guillaume d’Aquitaine, Chuang Chou, el juez Roy Bean, varias figuras históricas aún más oscuras y numerosos gorilas y delfines), ramos de rosas, gladiolos y orquídeas, montones de bellotas y calabazas, y una inevitable proliferación de manzanas doradas, pentágonos y pulpos.



El plato principal era la mejor langosta reina de Alaska que George jamás había probado, solamente condimentada con un toque leve de Hierba Roja panameña. Docenas de bandejas con fruta seca y queso circulaban por la mesa junto a unos canapés de un caviar exquisito que George tampoco conocía (“Solamente Hagbard sabe adonde desovan esos esturiones” le explicó Mavis), y la bebida era una mezcla de el té japonés Mu de diecisiete hierbas y de té Menomenee de peyote. Mientras todos engullían, reían e iban quedando lenta y definitivamente colocados, Hagbard - evidentemente satisfecho por haber localizado junto a FUCKUP aquel “problema en Las Vegas” - condujo alegremente la parte religiosa del Ágape Ludens.



“Rub-a-dub-dub,” canturreó, “¡O salve Eris!”.



“Rub-a-dub-dub,” coreó jubilosamente la muchedumbre, “¡O salve Eris!”.



Sya-dasti,” cantó Hagbard. “Todo lo que os digo es verdad”.



Sya-dasti” repitió la tripulación, “¡O salve Eris!”. George miró alrededor: había gente de cuatro o cinco razas distintas (dependiendo de cuál escuela de antropología física siguieras) y de cincuenta nacionalidades diferentes, pero el sentimiento de hermandad trascendía cualquier contraste creando una armonía similar a una escala musical.



Sya-davak-tavya,” canturreó Hagbard ahora. “Todo lo que os digo es falso”.



Sya-davak-tavya,” George se sumó, “¡O salve Eris!”.



Sya-dasti-sya-nasti” entonó Hagbard. “Todo lo que os digo es sin sentido”.



Sya-dasti-sya-nasti” afirmaron todos, algunos con mofa, “¡O salve Eris!”.



Si hubieran tenido misas como estas allá en la iglesia bautista de Nutley, pensó George, nunca le hubiera dicho a mi madre que la religión era una estafa ni hubiéramos tenido esa riña cuando yo tenía nueve años.



Sya-dasti-sya-nasti-sya-davak-tav-yaska,” cantó Hagbard. “Todo lo que os digo es verdad, es falso y es sin sentido”.



Sya-dasti-sya-nasti-sya-davak-tav-yaska,” replicaron las voces, “¡O salve Eris!”.



“Rub-a-dub-dub,” repitió Hagbard tranquilamente. “¿Alguien tiene algún nuevo cántico?”.



“¡O salve la langosta de Alaska!” gritó una voz con acento ruso.



Fue un hit inmediato. “¡O salve la langosta de Alaska!” aullaron todos.



“¡O salve estas malditas putas rosas hermosas!” contribuyó una voz oxfordiana.



“¡O salve estas malditas putas rosas hermosas!” concordó el coro.



La Srta. Mao se puso de pié. “El Papa es la causa principal del protestantismo” recitó con suavidad.



Fue otro éxito rugiente; todos lo corearon y una voz de Harlem agregó “¡Eso hermana!”



“El capitalismo es la causa principal del socialismo” canturreó la Srta. Mao con más confianza. También tuvo repercusión, pero luego dijo “el Estado es la causa principal de la Anarquía” y fue otro éxito arrollador.



“Las prisiones están construidas con las piedras de la ley, y los burdeles con los ladrillos de la religión” continuó.



“LAS PRISIONES ESTÁN CONSTRUIDAS CON LAS PIEDRAS DE LA LEY, Y LOS BURDELES CON LOS LADRILLOS DE LA RELIGIÓN” estalló el comedor.



“La última frase se la robé a William Blake” dijo la Srta. Mao y se sentó.



“¿Alguien más?” preguntó Hagbard. Nadie respondió, así que continuó “muy bien, entonces es momento de mi sermón semanal”.



“¡Mierda!” gritó una voz de Texas.



“¡Caralho!” añadió una mujer brasilera.



Hagbard frunció el ceño. “Eso no fue una gran demostración” comentó con tristeza. “¿El resto de ustedes son tan pasivos que simplemente van a permanecer ahí sentados permitiéndome que los aburra hasta la mierda?”.



El tejano, la brasilera y un par más, se pusieron de pié. “Vamos a hacer una orgía” dijo brevemente la brasilera, y se retiraron.



“Bien, húndanme, estoy contento de que quede algo de vida dentro de este viejo tubo”. Hagabrd sonrió. “Y para el resto de ustedes: ¿Quién puede decirme, sin palabras, cuál es la falacia de los Illuminati?”.



Una chica - de no más de quince años, calculó George; era el miembro más joven de la tripulación, y escuchó que había huido de una familia increíblemente rica de Roma - levantó la mano lentamente y la cerró en puño.



Hagbard giró hacia ella furioso. “¿Cuántas veces debo decirles?: ¡Sin engaños! Sacaste eso de un libro barato de Zen, del cual ni el autor ni tú comprenden una maldita palabra. Odio ser dictatorial, pero el misticismo fingido es algo que el discordianismo no puede aceptar. Estás castigada a trabajar en la cocina durante una semana, pendeja engreída”.



La chica permaneció inmóvil, en la misma posición con el puño en alto, y George vio que una leve sonrisa se dibujaba en su boca. Él también comenzó a sonreír.



Hagbard bajó los ojos un segundo y encogió los hombros. “O io che sono in piccoletta barca” dijo suavemente y saludó con una reverencia. “Seguiré a cargo de los asuntos náuticos y técnicos” anunció, “pero a partir de ahora ella, la Srta. Portinari, me reemplazará como Epískopo de la capilla del Lief Erikson. Cualquiera que tenga problemas espirituales o psicológicos deberá consultarla”. Cruzó el salón, abrazó a la chica, rió alegremente junto a ella y puso su anillo con una manzana dorada en el dedo de la joven. “Ahora no tendré que meditar todos los días” gritó gozoso, “y tendré más tiempo para pensar”.



Durante los días posteriores, mientras el Lief Erikson cruzaba el mar de Valusia y se aproximaba al Danubio, George descubrió que Hagbard realmente había abandonado todos sus adornos místicos. Hablaba solamente de asuntos técnicos concernientes al submarino u otros temas mundanos y era solemnemente indiferente con respecto al juego de los roles, al cambio de rol, y a otras tácticas para la apertura de la mente que utilizara anteriormente. Lo que surgió - el nuevo Hagbard, o el Hagbard anterior a su adopción de la guruidad - era un ingeniero de edad mediana, duro, pragmático, con inteligencia e intereses amplios, con una amabilidad y una generosidad abrumadoras, y con pequeños síntomas de nerviosismo, ansiedad y cansancio por exceso de trabajo. Pero en general parecía feliz, y George se dio cuenta que esa euforia derivaba del hecho de haberse quitado de encima una gran carga.



Mientras tanto, la Srta. Portinari había perdido esa característica de pasar inadvertida, cualidad que antes la había hecho eminentemente olvidable, y, desde que Hagbard le había pasado el anillo, parecía tan remota y gnómica como una sibila etrusca. De hecho, George descubrió que le tenía un poco de miedo - una sensación molesta, porque pensaba que había trascendido el miedo al dejar actuar al Robot por sí mismo y descubrir que no era un cobarde ni un asesino.



Una vez intentó discutir sus sentimientos con Hagbard mientras compartían la cena, el 28 de Abril. “Ya no sé adónde tengo la cabeza” dijo George.



“Bien, según las inmortales palabras de Marx, entonces, ponte el sombrero sobre el cuello” Hagbard sonrió.



“No, en serio” murmuró George mientras Hagbard atacaba un bife. “No me siento realmente despierto, o iluminado, o lo que sea. Me siento como K en El Castillo: lo vi una vez, pero no sé como volver allí”.



“¿Por qué quieres volver?” preguntó Hagbard. “Estoy feliz de haberme librado de todo eso. Es un trabajo más duro que el de un minero en una mina de carbón”. Masticó placidamente, obviamente aburrido por la dirección que estaba tomando la conversación.



“No es verdad” protestó George. “Una parte tuya todavía está allí y siempre estará. Solamente has dejado de ser un guía para los otros”.



“Estoy tratando de dejar de serlo” dijo Hagbard enfáticamente. “Parece que algunas personas están tratando de reenlistarme. Lo lamento. No soy un pastor alemán, ni un militar. Non serviam, George”.



George se concentró en su propio bife durante un minuto, y luego intentó desde otro enfoque. “¿Qué quiere decir esa frase en italiano que dijiste antes de darle tu anillo a la Srta. Portinari?”.



“No se me ocurrió otra cosa que decir” explicó Hagbard avergonzado. “Así que, como es habitual en mí, me puse poético y pretencioso. En el primer canto del Paradiso, Dante le dice a los lectores ‘O voi che siete in piccoletta barca’, que básicamente es ‘O vosotros que navegáis en una pequeña barca’. Quiere decir que los lectores, al no haber tenido la Visión, no podrán comprender realmente sus palabras y están en una ‘pequeña barca’ por detrás de él en comprensión. Yo lo di vuelta y dije ‘O io che sono in piccoletta barca’, admitiendo que me encontraba detrás de ella en sus conocimientos. Debería ganarme el Premio Ezra Pound por esconder los sentimientos con erudición confusa. Por eso estoy contento de haber dejado todo ese asunto de ser un gurú. Nunca fui más que un segundón en esa materia”.



“Bien, yo todavía estoy bastante lejos detrás de ti…” comenzó George.



“Mira,” gruñó Hagbard, “ahora soy un ingeniero cansado luego de un arduo día de trabajo ¿No podemos hablar de algo menos complicado para mi cerebro agotado? ¿Qué piensas del sistema económico que delineé en la segunda parte de Nunca chifles mientras estás meando? He decidido llamarle tecno-anarquismo; ¿Crees que es más claro a primera vista que anarco-capitalismo?”



George se sintió frustrado, envuelto en una larga discusión sobre temas que no le importaban, como el reemplazo de la posesión de tierras por la administración de latifundios, la inhabilidad del capitalismo monopólico de ajustarse a la abundancia, y otras materias que le habrían interesado una semana atrás, pero que ahora eran insulsos comparados con el problema que los maestros Zen habían planteado como “sacar el ganso de la botella sin romper el vidrio” - o específicamente, sacar a George Dorn de “George Dorn” sin destruir a GEORGE DORN.



Esa noche Mavis retornó a su cuarto, y George le volvió a decir “No. No hasta que me ames como yo te amo a ti”.



“Te estás volviendo un mojigato cabeza dura” dijo Mavis. “No intentes caminar antes de gatear”.



“Escucha” dijo George “Supón que nuestra sociedad, en vez de arruinar nuestras mentes, estropeara sistemáticamente las piernas de los infantes. Aquellos que intentaran ponerse de pié serían llamados neuróticos ¿No es así? Y la torpeza de sus primeros intentos sería comentada en publicaciones psiquiátricas como evidencia de la naturaleza regresiva y esquizoide de su impulso antisocial e innatural de caminar ¿No? Y aquellos de ustedes que conocieran el secreto serían superiores y reservados, y nos dirían que esperemos, que seamos pacientes, y que nos permitirán conocerlo cuando sea el momento adecuado ¿Correcto? A la mierda. Voy a hacerlo por mi cuenta”.



“Yo no me estoy guardando nada” dijo Mavis dulcemente.



“No existirá un campo hasta que ambos polos estén cargados”.



“¿Y yo soy el polo muerto? Vete al infierno a freír rosquillas”.



Mavis se fue, y llegó Stella, vestida con un bello pijama chino. “¿Caliente?” preguntó sin preámbulos.



“¡Cristo todopoderoso, si!”.



Noventa segundos después estaban desnudos, y George le mordisqueaba la oreja y le acariciaba el vello púbico; pero un saboteador estaba trabajando en su mente. “Te amo” pensó, lo cual no era una falsedad ya que ahora sabía parcialmente de qué se trataba el sexo y amaba a todas las mujeres, pero no pudo decirlo porque tampoco era completamente cierto, porque amaba más a Mavis, mucho más. Estuvo a punto de decir “te quiero mucho”, pero lo absurdo de la frase lo detuvo. Stella agarró su pene pero lo encontró fláccido; sus ojos se abrieron inquisitivamente. Él la besó y buscó el clítoris con los dedos. Pero incluso cuando Stella comenzó a respirar profundamente, George no respondió como era habitual, y ella empezó a acariciarle la verga desesperadamente; Él bajó, besándole los pezones y el ombligo en el camino, y comenzó a lamerle el clítoris. Tan pronto Stella acabó, la aferró por las nalgas, le levantó la pelvis y le introdujo la lengua en la vagina, provocando otro orgasmo rápido, luego la bajó y comenzó a trabajar la vulva nuevamente. Pero todavía estaba fláccido.



“Aguarda” dijo Stella. “Déjame hacértelo, nene”.



George trepó hacia arriba en la cama y la abrazó. “Te amo” le dijo, y de repente ya no sonaba como una mentira.



Stella sonrió y lo besó brevemente. “Te cuesta mucho decir esas palabras, ¿No es cierto?” dijo, perpleja.



“La honestidad es la peor de las políticas” dijo George seriamente. “Yo fui un niño prodigio ¿Sabías? Un nerd. Fue difícil. Debía tener alguna defensa, y de alguna manera escogí la sinceridad. Siempre estaba rodeado de chicos más grandes, así que nunca podía ganar una pelea. La única forma en que podía sentirme superior, o escapar de la inferioridad total, era ser el bastardo más sincero del planeta Tierra”.



“¿Así que no puedes decir ‘te amo’ a menos que sea absolutamente cierto?” Stella rió. “Probablemente eres el único hombre con ese problema en los Estados Unidos ¡Si pudieras ser mujer por un tiempo! Ni te imaginas lo mentirosos que son la mayoría de los hombres”.



“Oh, lo he dicho algunas veces. Cuando era parcialmente cierto. Pero siempre me sonaba actuado, y sentía que a las mujeres también les sonaba así. Pero esta vez simplemente salió: perfectamente natural y sin esfuerzos”.



“Eso es algo” Stella sonrió. “Y no puedo dejarte sin tu recompensa”. Su negro cuerpo se deslizó hacia abajo, y él disfrutó del efecto estético mientras la seguía con los ojos. Negro sobre blanco, como el yin-yang o el Cao Sagrado ¿Cuál era la psicosis de la mayoría de la gente de raza blanca que hacía de esta belleza una fealdad? Cuando le envolvió el pene con los labios las palabras perdieron sentido: en un segundo estaba erecto. Cerró los ojos para saborear la sensación, y luego los abrió para ver aquel peinado afro, aquella oscura cara seria y su verga entrando y saliendo entre sus labios. “Te amo” repitió con más convicción. “Oh Cristo, oh Eris, oh nena, nena, ¡Te amo!”. Cerró los ojos nuevamente y dejó que el Robot moviera la pelvis en respuesta al estímulo. “Detente” dijo, “detente” y subiéndola a su altura se puso encima de ella, “juntos” dijo abriéndole las piernas, “juntos”. Ella cerró los ojos cuando la penetró, y luego volvió a abrirlos para encontrarse con los de él, llenos de ternura. “Te amo, Stella, te amo” dijo George y cayó sobre ella, usando los brazos para abrazarla en vez de sostenerse. Vientre contra vientre y pecho contra pecho, sintió que ella también lo abrazaba mientras le decía “yo también te amo, si, te amo”. Y moviéndose y diciendo “ángel” y “mi amor” sintió que la explosión de luz iba empapando todo su cuerpo, no solamente su pene, y pasó al otro lado del mandala hacia un largo sueño.



A la mañana siguiente Stella y George cogieron un poco más, salvaje y gozosamente; se dijeron “te amo” tantas veces que se volvió un mantra para él, y siguieron suspirando durante el desayuno. El asunto con Mavis y el problema de alcanzar la iluminación total se desvanecieron de su mente. Disfrutando un tocino con huevos que le pareció más sabroso que nunca, e intercambiando bromas tontas e íntimas con Stella, George Dorn estaba en paz.



(Nueve horas antes, pero al “mismo” tiempo, los Kachinas se reunieron en el centro de la ciudad más antigua de América del Norte, Orabi, y comenzaron una danza que el excitado antropólogo visitante nunca había presenciado. Cuando les preguntó a varios ancianos y ancianas del Pueblo de la Paz - verdadero significado de Hopi -, descubrió que la danza estaba dedicada a Ella-La-Que-Nunca-Cambia. Sabía lo suficiente como para no intentar traducir ese nombre a su propia gramática, ya que representaba un aspecto importante de la filosofía Hopi sobre el Tiempo, con más semejanzas a la filosofía de Simon Moon y Adam Weishaupt que al concepto del tiempo que aprenden los estudiantes de física, al menos hasta que alcanzan el nivel de graduación. Le dijeron que esa danza solamente había sido necesaria cuatro veces: cuatro veces en la que los distintos mundos habían estado en peligro, y ahora era el momento de una quinta danza debido a un peligro aún mayor. El antropólogo, un hindú llamado Indole Ringh, garabateó rapidamente en su libreta de notas: “cuatro yogas en los Upanishads, la leyenda Wagadu en Sudán y las extrañas ideas de Marsh sobre la Atlántida. Esto podría ser algo grande” La danza continuó y los tambores batieron monótonamente, y lejos de allí, Carmel comenzó a transpirar súbitamente…).



En Los Ángeles, John Dillinger cargó tranquilamente su revólver, lo metió en un bolso y se puso un sombrero Panamá sobre su cabello cano prolijamente peinado. Estaba tarareando una canción de su juventud: “Las campanas de boda separaron a mi vieja pandilla…” Espero que ese chulo esté adonde Hagbard dice, pensó; Solamente tengo dieciocho horas antes de que declaren la ley marcial… “Adiós para siempre,” continuó tarareando, “viejos amigos y compinches…”.



Vi los fnords el mismo día que escuché por primera vez sobre el martini plástico. Déjenme ser bien claro y preciso sobre esto, ya que en éste viaje mucha gente es deliberada y perversamente oscura: no habría visto, o no podría haber visto los fnords si Hagbard Celine no me hubiera hipnotizado esa noche en el platillo volador.



Había estado en casa leyendo los informes de Pat Walsh y escuchando una nueva grabación del Museo de Historia Natural, y estaba añadiendo unas muestras nuevas a mi colección de fotos de Washington-Weishaupt en la pared, cuando un platillo apareció flotando afuera de mi ventana. Es innecesario decir que no me sorprendió particularmente; había guardado un poco de AUM luego de lo de Chicago y, contrariando las instrucciones del FLE, me lo había autosuministrado. Después de conocer al Dealy Lama, por no mencionar a Malaclypse el Más Viejo, y de ver al loco de Celine hablando realmente con gorilas, supuse que mi mente estaba en un punto de receptividad donde el AUM detonaría algo verdaderamente original. De hecho, el OVNI me decepcionó un poco; ya mucha gente los había visto, y yo estaba esperando ver algo que nunca nadie hubiera visto o imaginado.



Incluso fue aún más decepcionante cuando me abdujeron abordo y me encontré con Hagbard, Stella y otra gente del Lief Erikson, en lugar de encontrarme con marcianos o con una delegación insectoide de la galaxia del Cangrejo.



“Salve Discordia” dijo Hagbard.



“O salve Eris” respondí, siguiendo el patrón dos-tres para completar el cinco. “¿Se trata de algo importante o solamente quieres mostrarme tu último invento?”.



Para ser sincero, el interior del platillo era espeluznante. Todo era no-euclidiano y semitransparente; sentía que iba a caer a través del piso y a hacerme añicos contra el suelo allá abajo. Y cuando comenzó a moverse fue peor.



“No dejes que el diseño te perturbe” dijo Hagbard. Es mi propia adaptación de la geometría sinérgica de Bucky Fuller. Es más pequeño y sólido de lo que parece. No te caerás, créeme”.



“¿Este artilugio está detrás de todos los avistamientos de OVNIs que se han reportado desde 1947?” pregunté con curiosidad.



“No exactamente” Hagbard rió. “Eso es un fraude, básicamente. Ese plan fue creado por el Gobierno de los EEUU durante el primer mandato de Roosevelt, una de las pocas ideas que tuvieron sin la inspiración directa de los Illuminati. Una medida de reserva en caso de que pase algo con Rusia y China”.



“Hola nena” saludé a Stella suavemente, recordando lo de San Francisco. “¿Serías tan amable de explicarme, con menos retórica y paradojas, de carajo está hablando Hagbard?”.



“El Estado está basado en el miedo” dijo ella simplemente. “Si la gente no temiera a nada, se daría cuenta de que no necesita esa enorme mano gubernamental metida todo el tiempo en sus bolsillos. Así que plantaron el mito de los platillos en caso de que Rusia y China colapsen por una disensión interna, o que entren en guerra entre ellos y vuelen en pedacitos, o que sufran alguna catástrofe natural inesperada como una serie de terremotos. Si ya no hay enemigos para asustar a los estadounidenses, el mito de los platillos cambiará inmediatamente. Habrá ‘evidencia’ de que vienen de Marte y planean invadirnos y esclavizarnos ¿Entiendes?”.



“Así que construí este aparato que me permite ir a donde quiera sin interferencias” añadió Hagbard. “Cualquier avistamiento de esta nave, ya sea por parte de un operador de radar con veinte años de experiencia o de una viejecita de Perth Amboy, será desechado por el gobierno como un caso de autosugestión - porque es algo que ellos mismos inventaron -. Puedo volar sobre ciudades como New York o sobre instalaciones militares súper secretas, o sobre cualquier maldito lugar que se me ocurra ¿No es lindo?”.



“Muy lindo, si” respondí, “pero ¿Para qué me trajiste aquí arriba?”



“Porque es momento de que veas los fnords”. Y entonces desperté en mi cama a la mañana siguiente. Me hice el desayuno de muy mal humor preguntándome si había logrado ver los fnords (sean lo que mierda sean) durante esas horas borradas, o si los vería tan pronto saliera a la calle. Debo admitir que tenía ideas bastante espeluznantes sobre ellos. Criaturas sobrevivientes de la Atlántida con tres ojos y tentáculos que caminaban entre nosotros, invisibles gracias a algún tipo de escudo mental, y que hacían trabajos secretos para los Illuminati. Era un concepto desconcertante, aunque finalmente cedí al miedo y miré por la ventana pensando que sería mejor verlos primero desde lejos.



Nada. Solamente gente ordinaria y somnolienta que se dirigía a tomar el autobús o el subterráneo.



Eso me calmó un poco, así que preparé las tostadas y el café, y fui a buscar el New York Times al pasillo. Encendí la radio y sintonicé algo de Vivaldi en la WBAI, me senté, tomé una tostada y comencé a leer la portada del diario.



Entonces vi los fnords.



El artículo hablaba sobre las interminables disputas entre Rusia y los EEUU durante la asamblea general de la ONU, y luego de cada cita directa del discurso del delegado ruso, pude leer un “¡Fnord!” bastante destacado. La segunda nota era sobre el debate en el congreso para retirar las tropas de Costa Rica; cada argumento presentado por el Senador Bacon era seguido por otro “¡Fnord!”. Al pié de la página había una editorial típica del Times sobre el problema creciente de la contaminación ambiental y el incremento del uso de máscaras de gas entre los neoyorquinos; los elementos químicos más alarmantes estaban interpolados con un montón de “Fnords”.



De repente vi los ojos de Hagbard quemándome y escuché su voz: “Tu corazón permanecerá en calma. Tus glándulas suprarrenales (tu adrenalina) permanecerán en calma. Calma, todo en calma. No entrarás en pánico. Mirarás al fnord y lo verás. No lo evadirás ni lo borrarás de tu mente. Vas a permanecer en calma y vas a enfrentarlo”. Y más atrás, mucho antes: mi maestro de primer grado escribiendo FNORD en el pizarrón mientras una rueda con un dibujo en espiral giraba y giraba en su escritorio, giraba y giraba y su voz que decía monótonamente



EL FNORD NO TE COMERÁ SI NO LO VES,

NO VEAS EL FNORD, NO VEAS EL FNORD…



Volví a mirar el diario y todavía podía ver los fnords.



Todo aquello estaba un paso más allá del condicionamiento de Pavlov, pensé. El primer reflejo condicionado era experimentar una reacción de pánico (o síndrome de activación) cada vez que encontrabas la palabra “fnord”. El segundo reflejo condicionado era bloquear lo sucedido, incluso la palabra misma, seguido por un sentimiento de angustia remanente que no podemos explicar. Y, por supuesto, el tercer paso era atribuir esa ansiedad a las noticias del diario que ya de por sí eran bastante malas.



La esencia del control es el miedo. Los fnords provocaban que toda una población estuviera angustiada, atormentada por úlceras, mareos, pesadillas, taquicardia y otros síntomas del exceso de adrenalina. Toda mi arrogancia izquierdista y la apatía por mis paisanos se derritieron, y sentí una lástima genuina. Me di cuenta por qué los pobres bastardos creían en todo lo que se les decía, por qué aguantaban la polución y el transito abarrotado sin quejarse, por qué nunca protestaban ni devolvían las agresiones, por qué nunca demostraban mucha alegría, excitación, curiosidad o cualquier otra emoción humana normal, por qué vivían perpetuamente con una visión restringida, por qué pasaban por los barrios bajos sin notar la miseria ajena o el propio peligro… Entonces tuve una corazonada y busqué los avisos comerciales del diario. Fue como imaginaba: no contenían fnords. Esa era otra parte del truco: solamente a través del consumismo, un consumismo permanente, la gente podía escapar de la amenaza amorfa de los fnords invisibles.



Seguí pensando en eso camino a la oficina. Si yo le señalara un fnord a una persona que no había sido desprogramada como Hagbard hizo conmigo ¿Qué diría? Probablemente leería la palabra previa o posterior al fnord. “No, ésta palabra”, diría yo. Y aún así seguiría leyendo una palabra adyacente ¿Se elevaría su nivel de pánico a medida que la amenaza se acercara la mente conciente? Preferí no intentar ese experimento; podría provocarle una fuga sicótica al sujeto. Después de todo, el condicionamiento debía datar desde antes de la escuela. No me extraña que todos odiemos tanto a nuestros profesores: tenemos una idea leve y difusa de lo que nos han hecho al convertirnos en fieles sirvientes de los Illuminati.



Cuando llegué a mi escritorio, Peter Jackson me alcanzó un comunicado de prensa. “¿Qué piensas de esto?” me preguntó con una expresión confusa, y miré la página mimeografiada. Lo primero que vi fue el viejo símbolo del ojo en la pirámide. “La Fraternidad De Molay lo invita a concurrir a la premier del primer martini plástico desnudo del mundo…” decía el anuncio. Luego de una segunda mirada advertí que el triángulo era la copa de martini y el ojo era la aceituna flotando en el trago.



“¿Qué carajo será un martini plástico desnudo?” preguntó Peter Jackson. “¿Y por qué nos invitaron a nosotros?”.



“Puedes apostar a que no es algo biodegradable”.



“Lo que no lo hará muy popular entre los fanáticos ecologistas” dijo Peter sarcásticamente.



Joe miró el dibujo nuevamente. Debía ser una coincidencia. Pero coincidencia era otro nombre de la sincronicidad. “Creo que iré” dijo. “¿Qué es eso?” preguntó señalando un póster doblado a medias sobre el escritorio.



“Ah, eso vino con el último disco de los Asociación Médica Americana” dijo Peter. “Yo no lo quería y pensé que tú si lo harías. Es tiempo de que saques esas viejas fotos de los Rolling Stones de tu pared. Esta es una época de cambios constantes y acelerados, y un tipo que pone fotos de los Stones corre el riesgo de ser considerado un reaccionario”.



Cuatro caras con ojos de búho lo observaban. Estaban vestidos con trajes blancos de una sola pieza, y tres de ellos se tomaban de los brazos formando un triángulo, mientras que el cuarto, Wolfgang Saure, el líder de la banda, estaba de pié en el centro con los brazos cruzados. La foto había sido tomada desde arriba, así que los elementos más prominentes eran las cuatro cabezas, a la vez que los brazos entrelazados que hacían el triángulo, y los cuerpos, parecían sin importancia y se veían difusos. Los tres jóvenes y la chica, con sus caras lampiñas y huesudas, cabello rubio cortado al rape y helados ojos azules, le parecieron a Joe extremadamente siniestros. Si los nazis hubieran ganado la guerra y Heinrich Himmler hubiera sucedido a Hitler como líder del imperio Germano, chicos como éstos estarían manejando el mundo. Y en cierto sentido lo hacían, porque habían reemplazado a los Beatles y a los Stones como reyes de la música, lo cual los hacía emperadores de la juventud. A pesar de que el pelo largo todavía estaba de moda, muchos chicos aceptaban el look antiséptico y limpio de los Asociación Médica Americana como una reacción necesaria a un estilo que se había vuelto demasiado trillado.



Como había dicho el mismo Wolfgang “si necesitas una señal externa para reconocer a los tuyos, entonces realmente no son los tuyos”.



“Me dan miedo” dijo Joe.



“¿Qué pensaste cuando viste a los Beatles por primera vez?” inquirió Peter.



Joe se encogió de hombros. “Me dieron miedo. Se veían feos, asexuados y con aspecto de hombres lobos adolescentes con todo ese pelo. Y parecía que podían hipnotizar a las chicas de veinte años”.



Peter asintió. “Las fans de los AMA son aún más jóvenes. Así que debes comenzar a acostumbrarte a ellos. Van a ser los número uno durante mucho tiempo”.



“Oye, Peter, vamos a comer algo” dijo Joe. “Luego volveré a terminar unas cosas y a las cuatro iré a esa fiesta del martini plástico. Ahora sostén la silla mientras bajo a los Stones y pongo a los Asociación Médica Americana”.



El grupo Fraternidad De Molay no estaba bromeando, pensó. Había martinis, con aceitunas y todo, en bolsas de plástico transparente que tenían la forma de una mujer desnuda. El gusto del diseñador era horrible, caviló Joe. Se preguntó brevemente si no sería una buena idea la de infiltrarse al movimiento y dosificar los martinis desnudos plásticos con AUM. Pero luego recordó el emblema y consideró que el grupo ya debía haber sido infiltrado, pero ¿Por qué bando?



En el salón había una hermosa chica oriental. Tenía el cabello largo hasta debajo de la cintura, y cuando levantó los brazos para acomodarse un ornamento en la cabeza, Joe se sorprendió al ver un espeso vello negro en sus axilas. Normalmente las orientales no tenían mucho vello corporal, pensó ¿Tendría alguna relación con los peludos Ainu del norte de Japón? Aquello le intrigó y lo excitó como nunca había pensado que podría hacerlo el vello axilar, así que decidió ir a hablar con ella. Lo primero que notó fue que la banda que llevaba en el cabello tenía una manzana dorada con una K que quedaba justo en medio de su frente. Ella es una de los Nuestros, pensó. Su corazonada con respecto a ir a aquella fiesta había sido acertada.



“Estas bolsas de martini tienen una forma bastante tonta” dijo Joe.



“¿Por qué? ¿No te gustan las mujeres desnudas?”.



“Bien, esto tiene tan poco que ver con una mujer desnuda como cualquier otro pedazo de plástico” dijo Joe. “Mi punto es que son de mal gusto. Pero bueno, la industria norteamericana no es más que un gigantesco circo obsceno para mí ¿Cómo te llamas?”.



Los ojos negros se fijaron en él intensamente. “Mao Tsu-hsi”.



“¿Algún parentesco?”.



“No. Mi nombre significa ‘gato’ en chino. El de él no. Su nombre es Mao y el mío es Mao”. A Joe le deleitó la forma en que pronunció los dos tonos diferentes.



“Bueno, Srta. Gato, eres la mujer más atractiva que he conocido”.



Ella respondió con un flirteo silencioso y al rato estaban embarcados en una conversación maravillosamente interesante - que Joe nunca pudo recordar. Tampoco notó la pizca de polvo que ella había dejado caer en su trago. Comenzó a sentirse extrañamente mareado. Tsu-hsi lo tomó por los brazos y lo guió hasta el recibidor. Recogieron sus abrigos, dejaron el edificio y abordaron un taxi. Se besaron largo rato en el asiento trasero. Ella desabrochó su tapado y abrió el cierre que recorría toda la parte delantera de su vestido. Joe sintió sus pechos, su vientre y vio su vello púbico. No llevaba ropa interior. Ella lo envolvió con sus piernas, usando el tapado para ocultar lo que ocurría de la vista del taxista, y lo ayudó a sacar su pene erecto. Con un par de movimientos ágiles y rápidos, Tsu-hsi levantó sus nalgas en el aire, deslizó su coño bien lubricado sobre la verga de Joe y comenzó a moverse. Podría haber sido dificultoso y molesto, pero ella era tan liviana y diestra que se las arregló para tener un orgasmo rápida y voluptuosamente. Contuvo el aliento con los dientes apretados y un temblor recorrió todo su cuerpo. Descansó su cabeza un momento en el hombro de Joe y luego le ayudó a llegar a un clímax placentero con un movimiento circular del culo.



Unos meses o unos años atrás hubiera sido una experiencia de lo más exquisita para Joe. Ahora, con su sensibilidad creciente, era conciente de que faltaba algo: el contacto energético verdadero. Reflexionó que el efecto que los JAMs y el discordianismo habían surtido en él era paradójico para los estándares comunes. Había dejado de ser puritano antes de que ellos empezaran a juguetear con su sistema nervioso, pero al mismo tiempo, el sexo casual le había comenzado a parecer menos atractivo. Recordó las diatribas en contra del “sexismo” en el libro de Atlanta Hope Telémaco Estornudó - la Biblia de los Relámpagos de Dios - y súbitamente percibió cierto tipo de sentido extraño en sus protestas. “La Revolución Sexual en América fue un fraude tan grande como las Revoluciones Políticas de China y de Rusia”, había escrito Atlanta con su habitual estilo exuberante plagado de mayúsculas; en cierto sentido tenía razón. La gente todavía estaba envuelta en el celofán de un ego falso, y, aunque cogieran mucho y tuvieran un montón de orgasmos, el celofán seguía allí y no lograban un contacto verdadero.



Y si Mao era quien él creía que era, sabía esto mucho mejor que él ¿Habría sido ese rápido polvo alguna especie de prueba, lección o demostración? Y si era así: ¿Cómo debía responder?



Entonces recordó que ella no le había dado ninguna dirección al conductor. El taxi había estado esperándolos específicamente a ellos para llevarlos a algún lugar predeterminado por razones que desconocía.



He visto los fnords, pensó, y ahora veré algo más.



El taxi se detuvo en una calle estrecha y sombría en un sector que parecía estar lleno de tiendas vacías, fábricas, depósitos y establecimientos abandonados.



Con la Srta. Mao a la delantera, entraron a un viejo edificio de aspecto lamentable con la ayuda de una llave que ella llevaba en la cartera, subieron por unas escaleras de acero rechinante, caminaron de la mano a través de un largo corredor oscuro y pasaron por una serie de antesalas, cada una mejor decorada que la anterior, hasta llegar a una espléndida sala de conferencias. Joe sacudió la cabeza sorprendido por lo que veía, pero había algo - sospechó que se trataba de una droga - que lo mantenía dócil y pasivo.



Alrededor de una mesa había un grupo de hombres y mujeres disfrazados con ropas de distintas épocas de la historia de la humanidad. Joe reconoció vestimentas indias, chinas, japonesas, mongolas y polinesias, también griegas y romanas clásicas, medievales y renacentistas. Asimismo, había otros atuendos más difíciles de reconocer a primera vista. Estaban hablando sobre los Illuminati, los discordianos, los JAMs y los erisianos.



Un hombre que llevaba pechera metálica, yelmo con incrustaciones doradas, bigote espeso y barba de chivo dijo “ahora es posible predecir con un noventa y nueve por ciento de certeza que los Illuminati están preparando a Fernando Poo para una crisis internacional. La pregunta es ¿Tomamos la isla por asalto ahora y nos aseguramos que la población no corra peligro, o esperamos y tomamos ventaja usando el problema como cubierta para nuestra incursión?”.



Un hombre con una túnica de seda roja adornada con dragones dijo “no habrá forma de sacar ventaja del problema, en mi opinión. En la superficie parecerá caótico, pero en el fondo los Illuminati tendrán todo muy bien controlado. Debemos movernos ahora”.



Una mujer con una blusa de seda traslúcida que apenas ocultaba sus pechos oscuros y abundantes dijo “Esta sería una primicia muy buena para su revista, Sr. Malik. Podría enviar un reportero a investigar las condiciones actuales en Fernando Poo. Guinea Ecuatorial tiene los problemas habituales de una nación africana en vías de desarrollo ¿Se encenderá la rivalidad tribal entre los Bubi y los Fang impidiendo la cooperación nacional? ¿La pobreza reinante en la parte continental llevará a intentos de apropiación de la riqueza de Fernando Poo? ¿Y qué pasará con el Ejército? ¿Qué hay de un tal Capitán Jesús Tequila y Mota? Una entrevista con el capitán podría resultar un golpe maestro del periodismo, de aquí a tres años”.



“Si” dijo una mujer enorme, vestida con pieles teñidas coloridamente, mientras jugaba constantemente con un fémur tallado de algún animal grande. “No creemos que C. L. Sulzberger comprenda la importancia de Fernando Poo hasta que la crisis sea a nivel mundial. Así que en caso de hacer una advertencia temprana - como creemos necesario -, ¿Por qué no hacerla a través de Confrontación?”.



“¿Por eso me han traído aquí?” dijo Joe. “¿Para decirme que algo está por suceder en Fernando Poo? Y, de todos modos ¿Dónde carajo está Fernando Poo?”.



“Búsquela en el atlas cuando vuelva al trabajo. Es una de las muchas islas volcánicas de la costa occidental de África” dijo un hombre de piel oscura y ojos rasgados, vestido con cuero de búfalo decorado con plumas. “Comprenda que solamente puede insinuar las verdaderas fuerzas que están actuando allí” añadió. “Por ejemplo, no queremos que usted mencione que Fernando Poo es uno de los últimos remanentes de lo que fuera el continente de Atlántida, ya sabe”.



Mao Tsu-hsi estaba de pié junto a Joe con un vaso que contenía un líquido rosado. “Toma, bébelo” dijo. “Profundizará tus percepciones”.



Un hombre con uniforme de mariscal de guerra dijo “el Sr. Malik es el próximo asunto en nuestra agenda. Debemos educarlo sobre esos temas. Hagámoslo”.



Las luces de la sala se apagaron. Hubo un susurro en uno de los extremos y súbitamente Joe estaba viendo una pantalla cinematográfica fuertemente iluminada.



CUANDO

LA ATLÁNTIDA

DOMINABA EL MUNDO



El título aparece con letras que parecen pequeños bloques de piedra apilados uno encima de otro formando una especie de pirámide escalonada. Es seguido por imágenes de la Tierra con el aspecto que tenía hace treinta mil años atrás, durante las grandes glaciaciones, mostrando mamuts, tigres dientes de sable y cazadores homínidos, mientras el narrador explica que al mismo tiempo, la civilización más grandiosa conocida por el hombre florecía en el continente de Atlántida. Los atlantes no saben nada sobre el bien y el mal, comenta el narrador, viven hasta los quinientos años de edad y no tienen miedo a la muerte. Sus cuerpos están cubiertos de pelaje, como los simios.



Luego de ver varias escenas domésticas en Zukong Gi-morlad-Siragosa, la ciudad más grande y más cercana al centro del continente (aunque no la capital, ya que los atlantes no tenían gobierno), nos trasladamos a un laboratorio, donde un científico joven (de 100 años de edad) llamado GRUAD le explica un experimento biológico a su colega GAO TWONE. El experimento es un gigantesco hombre-serpiente acuático. Gao Twone está impresionado, pero Gruad se declara aburrido; desea operar un cambio sorprendente en sí mismo. Gruad ya es raro de por sí - a diferencia de los demás atlantes, no está cubierto de pelaje: solamente tiene una corta mata de cabello rubio en la cabeza y una barba tupida. En comparación a sus paisanos parece grotescamente desnudo, aunque viste una túnica verde pálido de cuello alto y guantes -. Le dice a Gao Twone que está cansado de acumular conocimiento sin motivo alguno. “Es otro disfraz de la búsqueda del placer a la que demasiados coterráneos atlantes dedican sus vidas. Por supuesto, eso no es incorrecto - el placer mueve las energías -, pero siento que debe haber algo más elevado, más heroico. Todavía no tengo un nombre para ello, pero sé que existe”.



Gao Twone se muestra un tanto sorprendido. “¿Tú, un científico, hablas de conocer la existencia de algo sin tener evidencias?”.



Gruad es vencido por el argumento y admite “Mi vista necesita aclararse”. Pero luego de un momento vuelve a la carga. “A pesar de haber tenido mis momentos de duda, creo que mi vista es realmente clara. Necesito hallar evidencia, por supuesto. Pero incluso ahora, antes de empezar, siento que sé qué es lo que encontraré. Podemos ser más grandiosos y refinados de lo que somos. Observo lo que soy y a veces me desprecio. Solamente soy un animal astuto. Un primate que aprendió a jugar con herramientas. Quiero ser mucho más que eso. Digo que podemos ser como los lloigor, y más también. Podemos conquistar el tiempo y alcanzar la eternidad como ellos. Deseo lograrlo, o destruirme en el intento”.



La escena cambia a un salón de banquetes en el cual INGEL RILD, un venerable científico, está reunido junto a otros atlantes prominentes para celebrar un nuevo logro en la investigación espacial, la producción de una llamarada solar. Ingel Rild y sus asociados habían desarrollado un misil que al llegar al sol podía provocar una lengua de fuego. Mientras fumaban cáñamo, les cuenta “podemos controlar al segundo la duración de la llamarada y al milímetro la distancia que se extenderá desde el sol. Una llamarada de magnitud considerable puede achicharrar nuestro planeta. Una llamarada menor puede bombardear la Tierra con radiaciones tales que la zona más cercana al sol sería destruida, mientras que el resto del mundo sufriría cambios drásticos. Los más graves serían, tal vez, las mutaciones biológicas que provocarían esas radiaciones excesivas. Varias formas de vida serían dañadas y tal vez podrían extinguirse. Se desarrollarían nuevas especies. Toda la naturaleza sufriría una sacudida tremenda. Esto ya ha sucedido una o dos veces. Pasó hace setenta millones de años, cuando los dinosaurios desaparecieron súbitamente y fueron reemplazados por los mamíferos. Todavía tenemos mucho que aprender sobre el mecanismo que produce las erupciones solares espontáneas. Sin embargo, la posibilidad de provocarlas artificialmente es un adelanto que nos permitirá predecirlas y, posiblemente, controlarlas. Cuando alcancemos esa etapa, nuestro planeta y nuestra raza estará protegida contra el tipo de catástrofe que destruyó a los dinosaurios”.



Luego del aplauso, una mujer llamada KAJECI pregunta si no sería irrespetuoso alterar a “nuestro padre, el sol”. Ingel Rild responde que el hombre es parte de la naturaleza, por lo tanto lo que hace es natural y no puede ser considerado una alteración. Entonces Gruad lo interrumpe con furia, señalando que él mismo, una desagradable mutación, fue el resultado de una alteración de la naturaleza. Le dice a Ingel Rild que los atlantes no conocen suficientemente a la naturaleza como para controlarla. Declara que el hombre está sujeto a leyes. Todas las cosas lo están, pero el hombre es diferente porque puede desobedecer las leyes naturales que lo gobiernan. “Podemos hablar sobre la humanidad,” continúa Gruad, “como hablamos de nuestras máquinas: en términos de rendimiento deseado y de rendimiento real. Si una máquina no cumple la función para la que fue diseñada, intentamos corregirla. Queremos que haga lo que debe hacer, y no lo que pueda hacer. Creo que tenemos el derecho de exigir lo mismo a la gente: que hagan lo que deben y no lo que quieran”. Un científico, de edad avanzada y ojos alegres, llamado LHUV KERAPHT lo interrumpe, “pero las personas no son máquinas, Gruad”.



“Exacto” responde Gruad. “Ya había considerado eso. Por lo tanto he creado nuevas palabras, palabras más fuertes incluso que deber, poder o querer. Cuando una persona realiza algo que debe hacer lo llamo Bien; cuando no, lo llamo Mal”. Esta idea estrafalaria es recibida con una carcajada general. Gruad intenta hablar persuasivamente, conciente de su posición solitaria de pionero, y trata de comunicarse desesperadamente con las mentes cerradas que lo rodean. Hasta que luego de un par de discusiones, se torna amenazante “la gente de Atlántida no vive de acuerdo a la ley. Con su orgullo, golpean al mismo sol y presumen de ello, como hizo hoy Ingel Rild. Yo digo que si los atlantes no viven de acuerdo a la ley, un desastre los hará caer. Un desastre que sacudirá al mundo entero ¡Han sido advertidos! ¡Atiendan mis palabras!” Gruad sale solemnemente del salón de banquetes, tomando su capa colgada al lado de la puerta y poniéndosela mientras abandona el lugar. Kajeci lo sigue y le dice que cree haber comprendido parcialmente lo que él quiso decir. Las leyes de las que habla son como los deseos de los padres, “y los grandes cuerpos del universo son nuestros padres, ¿No es así?” La mano desnuda de Gruad acaricia la mejilla peluda de Kajeci, y se pierden juntos en la oscuridad.



A los seis meses, Gruad había formado una organización llamada el Partido de la Ciencia. Su bandera es un ojo adentro de un triángulo, rodeado por una serpiente que se muerde la cola. El Partido de la Ciencia demanda que la Atlántida publique las leyes naturales descubiertas por Gruad y que las haga obligatorias para toda la población, junto a un sistema de premio y castigo para reforzar su cumplimiento. La palabra “castigo” es otro aporte de Gruad al vocabulario atlante. Uno de los oponentes de Gruad explica a sus amigos que ese término significa tortura, y a todos se les eriza el pelaje. Ingel Rild anuncia a sus seguidores que Gruad quería demostrar - y la demostración abarcaba setenta y dos rollos escritos - que el sexo formaba parte de lo que él llamaba Mal. Bajo el sistema de Gruad, solamente estaría permitido el sexo para el Bien de la comunidad, es decir, para mantener viva a la raza.



Un científico llamado TON LIT exclama “¿Quiere decir que debemos pensar en la concepción durante el acto? Eso es imposible. Los penes no se pondrían erectos y las vaginas no se humedecerían. Es como, bueno, hacer música estridente con la boca mientras estás orinando. Llevaría mucho tiempo de entrenamiento, si es que se puede hacer”. Ingel Rild propone la formación de un Partido de la Libertad en oposición al de Gruad. Conversando sobre la personalidad de Gruad, Ingel Rild explica que había investigado su árbol genealógico y descubrió que entre sus ancestros figuraban varias de las personalidades más agitadoras de la historia atlante. Gruad es una mutación, al igual que muchos de sus seguidores. La energía normal de los atlantes fluye lentamente. La gente de Gruad es impaciente y está frustrada, eso es lo que los hace querer infligir sufrimiento en los demás”.



Joe se enderezó en su asiento con una sacudida. Si había comprendido esta parte de la película, Gruad - evidentemente el primer Illuminatus - también era el primer homo neofilus. Y los del Partido de la Libertad, que parecía ser el origen del movimiento Discordiano y del JAM, eran puros homo neophobus ¿Dónde encajaba eso con la actitud generalmente reaccionaria de las políticas Illuminati actuales, y las innovaciones de los discordianos y los JAMs? Pero el film continuaba…



En un lugar similar a una taberna de mala reputación donde hombres y mujeres fuman en pipas que se pasaban unos a otros, mientras que parejas y grupos de personas se acarician en los rincones oscuros, SYLVAN MARTISET propone formar un Partido de la Nada que rechace las posiciones del Partido de la Ciencia y del Partido de la Libertad.



Luego de esto, vemos peleas callejeras, atrocidades, castigos infligidos a personas indefensas por parte de hombres que llevan la insignia del ojo en el triángulo de Gruad. El Partido de la Libertad posee su propio símbolo: una manzana dorada. Las peleas se extienden, el número de muertos aumenta e Ingel Rild llora. Él y sus partidarios deciden tomar una medida desesperada - liberar al lloigor Yog Sothoth -: ofrecerle la libertad a este ser innatural, un devorador de almas venido de otro universo, con la condición de que les ayude a destruir el movimiento de Gruad. Yog Sothoth está aprisionado en el gran Pentágono de la Atlántida ubicado en un páramo desolado al sur del continente. Una nave eléctrica lleva a Ingel Rild, Ton Lit y a otro científico hasta aterrizar en una llanura invadida de hierbas grisáceas. Dentro del Pentágono, una enorme estructura de piedra negra, el suelo está chamuscado y el aire se estremece como visto a través de un espejismo de calor. Cada tanto se ven chispazos de corriente estática y un sonido desagradable, como el de un enjambre de moscas revoloteando alrededor de un cadáver, prevalece en todo el páramo. Los rostros de los tres sabios atlantes muestran disgusto, malestar y terror. Suben a la torre más cercana para hablar con el guardia. Súbitamente, Yog Sothoth toma control de Ton Lit, hablando con una voz aceitosa, rica, profunda y reverberante, y pregunta por qué lo buscan. Ton Lit lanza un horrible alarido y golpea sus oídos con las palmas de las manos. Una espuma asoma por las comisuras de su boca, se le eriza el pelaje y el pene se le pone erecto. Sus ojos denotan delirio y sufrimiento, como los de un gorila moribundo. El guardia utiliza un instrumento electrónico que parece una varita mágica con una estrella de cinco puntas en el extremo para someter a Yog Sothoth. Ton Lit gime como un perro y salta a la garganta de Ingel Rild. El rayo electrónico lo lanza hacia atrás, y queda de pié con la lengua colgando afuera, mientras el aspecto del Pentágono, el suelo y todas las cosas parece desdibujarse en curvas asimétricas. Yog Sothoth canturrea “¡la-nggh-ha-nggh-ha-nggh-fthagn!, ¡la-nggh-ha-nggh-ha-nggh-hgual! La sangre es vida… la sangre es vida…”. Los rostros, cuerpos y perspectivas se ven deformados y un brillo verdoso lo tiñe todo. Repentinamente, el guardia golpea la pared más cercana del Pentágono con la varita electrónica y Ton Lit aúlla mientras la inteligencia humana vuelve a sus ojos con gran dolor y asco. Los tres sabios abandonan el Pentágono bajo un cielo que lentamente va recuperando su color y forma normal. La risa de Yog Sothoth los persigue. Deciden que no pueden liberar al lloigor.



Mientras tanto, Gruad había llamado a sus seguidores más cercanos, conocidos como el Círculo Intacto de Gruad, para anunciar que Kajeci había concebido. Entonces les muestra un grupo de criaturas homínidas de piel verde y escamosa, vestidos con largas capas negras con capuchas decoradas con plumas rojas. Los llama sus ofidianos. Ya que los atlantes tenían una especie de instinto que les impedía matar (excepto cuando estaban ciegos de furia), Gruad había desarrollado de las serpientes a estos humanoides sintéticos, que resultaron ser los reptiles más inteligentes. No dudarían en asesinar hombres, y actuarían solamente bajo las órdenes de Gruad. Algunos de sus seguidores protestan, y él les explica que no serían asesinatos verdaderos. Dice “los atlantes que no aceptan las enseñanzas del Partido de la Ciencia son seres inferiores. Son como robots, no tienen sustancia espiritual interna que los controle. Nuestros cuerpos están imposibilitados, y no podemos levantar nuestras manos en contra de uno de nuestra propia raza. Ahora, la ciencia nos ha proporcionado otras manos”. En el transcurso de esta reunión, Gruad llama a sus hombres “los Iluminados” por primera vez.



Durante la siguiente reunión del Partido de la Libertad, los ofidianos atacan golpeando a las personas con barras metálicas y degollándolas con sus colmillos. Luego, el Partido de la Libertad realiza un funeral para una docena de víctimas, en el cual Ingel Rild pronuncia una oración que describe la forma en que la lucha entre los seguidores de Gruad y los otros atlantes está cambiando el carácter de todos los seres humanos:



“Hasta ahora los atlantes habíamos disfrutado del conocimiento sin preocuparnos por el hecho de que hay muchas cosas que desconocemos. Somos conservadores e indiferentes hacia las ideas nuevas, no tenemos conflictos entre lo que queremos hacer y lo que nos parece coherente. Creemos que lo que queremos hacer es beneficioso para nosotros. Consideramos que el placer y el dolor son un mismo fenómeno al que llamamos sensación, y respondemos al dolor inevitable relajándonos o volviéndonos contemplativos. No tememos a la muerte. Podemos leer las mentes de los otros porque estamos en contacto con todas las energías de nuestros cuerpos. Los seguidores de Gruad han perdido esa habilidad, y están agradecidos por eso. El Partido Científico idolatra las cosas y las ideas nuevas. Este amor por lo nuevo es el resultado de una manipulación genética. Gruad, incluso, arenga a la gente a tener hijos a los veinte años de edad, a pesar de que nuestra costumbre es tenerlos después de los cien. No son como nosotros. Agonizan al sentirse ignorantes. Están llenos de incertidumbre y de conflictos internos entre lo que quieren hacer y lo que deben hacer. Los niños que crecen bajo las enseñanzas de Gruad están aún más confundidos y perturbados que sus padres. Un doctor me dijo que las actitudes y la forma de vida que Gruad inculca en su gente son suficientes como para reducir considerablemente sus esperanzas de vida. Y mientras sus vidas se van acortando, buscan desesperadamente algún medio para alcanzar la eternidad”.



Gruad explica en una reunión de su Círculo Intacto que era el momento de intensificar la lucha. Si ellos no podían dominar a los atlantes, destruirían la Atlántida. “Atlántida será destruida por la luz” dice Gruad. “Por la luz del sol”. Gruad introduce la adoración del sol entre sus seguidores. Revela la existencia de dioses y diosas. “Ellos son energía, energía conciente. Yo llamo espíritu a esta energía pura poderosamente dirigida y enfocada. Todo movimiento es espíritu. Toda luz es espíritu. Todo espíritu es luz”.



Bajo la dirección de Gruad, el Partido de la Ciencia construye una gran pirámide de cientos de metros de altura, constituida por dos partes: la mitad superior, hecha de una sustancia cerámica indestructible con un ojo de mirada terrible en la cima, flota a quinientos pies (152 metros) de la base, sostenida en su lugar por generadores antigravitatorios.



Un grupo de hombres y mujeres dirigidos por LILITH VELKOR, vocera principal del Partido de la Nada, se reúnen al pié de la gran pirámide y se mofan de ella. Llevan carteles nadaístas:



NO ACLARES NUESTRAS MIRADAS, GRUAD - ACLARA LA TUYA



CADA VEZ QUE ESCUCHO LA PALABRA “PROGRESO” SE ME ERIZA EL PELAJE



EL SOL APESTA. LIBERTAD DEFINIDA ES LIBERTAD REPRIMIDA



EL MENSAJE DE ESTE CARTEL ES UNA MENTIRA



Lilith Velkor se dirige a los Nadaístas satirizando todas las creencias de Gruad, afirmando que el dios más poderoso de todos es una mujer loca, y es la diosa del caos. Para la risotada general, declara “Gruad dice que el sol es el ojo del dios sol. Esa no es más que otra de sus ideas sobre la superioridad masculina. En realidad, el sol es una manzana dorada gigante, y es el juguete de la diosa del caos. Y es propiedad de quien ella crea que lo merece”. Repentinamente, una banda de ofidianos ataca y mata varios de los seguidores de Lilith Velkor. Ella guía a su gente en un contraataque sin precedentes. Suben a los ofidianos por uno de los lados de la pirámide y los arrojan a la calle desde allí, provocándoles la muerte. Gruad declara que Lilith Velkor debe morir. Cuando se presenta la oportunidad, sus hombres la secuestran y la llevan a un calabozo. Allí hay una rueda enorme con cuatro divisiones:



Lilith Velkor es crucificada allí, atada con sogas cabeza abajo. Varios miembros del Partido de la Ciencia holgazanean alrededor, observando su agonía. Gruad entra, va hasta la rueda y mira a la moribunda, quien le dice “hoy es un día tan bueno para morir como cualquier otro”. Gruad la amonesta, diciéndole que la muerte es un gran mal y que debería temerle. Ella ríe y dice “toda mi vida desprecié la tradición y ahora también desprecio la innovación, ¡Seguramente soy el mejor ejemplo del mal para el mundo!” Muere riendo. La rabia de Gruad es insoportable. Jura que no va a esperar más tiempo; Atlántida es demasiado malvada para ser redimida: debe ser destruida.

En una planicie azotada por el viento, en la región septentrional de Atlántida, un enorme cohete con forma de lágrima y aletas graciosas está posado sobre una base de lanzamiento. Gruad está en la sala de control haciendo ajustes de último momento, mientras Kajeci y Wo Topod discuten con él. Gruad dice “la raza humana sobrevivirá. Atlántida será purgada y sobrevivirán los mejores. Los atlantes no son más que cerdos, robots, criaturas que no comprenden la diferencia entre el bien y el mal. Déjenlos perecer”. Su dedo presionó un botón rojo, y el cohete despegó camino al sol. Tardaría varios días en alcanzar su objetivo, mientras tanto Gruad reúne al Círculo Intacto a bordo de una nave y huyen de la Atlántida hacia las enormes montañas del este, a una región que luego sería llamada Tibet. Gruad calcula que para cuando el misil golpee el sol ya van a estar en su escondite subterráneo. El sol resplandece radiante sobre las planicies de Atlántida. Es un día hermoso en Zukong Gi-morlad Siragosa y la luz solar brilla sobre sus torres gráciles y delgadas unidas entre sí por redes de puentes curvilíneos, sobre sus parques, templos, museos, sobre sus bellos edificios públicos y sus magníficos palacios privados. Sus despreocupados habitantes velludos caminan en medio de la hermosura de la primera y más refinada civilización que produjo la humanidad. Familias, amantes, amigos y enemigos gozan de sus momentos privados sin sospechar lo que está a punto de suceder. Un quinteto ejecuta los melodiosos zinthrón, balatet, mordan, swaz y fendrar. El gran ojo al costado de la pirámide de Gruad lanza una mirada roja y horrible.

De repente, el cuerpo del sol enfurece. Lanza llamas en espiral y bolas de fuego. El astro parece una araña o un feroz pulpo descomunal. Una gran llamarada se dirige a la Tierra, primero roja, luego amarilla, verde, azul y blanca al final.

No queda nada de Zukong Gi-morlad Siragosa salvo la pirámide, con su segmento superior ahora descansando sobre la base al haber sido destruidos los generadores antigravitatorios. El ojo terrible observa una planicie negra, totalmente carbonizada. La tierra se sacude y se abren enormes grietas. El área ennegrecida es un círculo de miles de millas de diámetro, pero más allá el paisaje también está totalmente devastado. La superficie del continente se resquebraja en miles de grietas producidas por el calor tremendo de la erupción solar. Una marea de barro comienza a inundar la llanura vacía. Ahora lo único visible es la cúspide de la pirámide con el gran ojo. El agua comienza a filtrarse sobre el barro, primero formando charcos gigantes, y luego inundando todo hasta dejar afuera solamente la punta de la pirámide en medio de un lago formidable. Debajo del agua, dos enormes fisuras paralelas se abren a los costados del círculo carbonizado. La sección media del continente, incluyendo la pirámide, comienza a hundirse. La pirámide cae en los abismos del océano, rodeada por precipicios formados por las partes no sumergidas de Atlántida. Dichas partes permanecerían muchos miles de años más, y sería la Atlántida recordada en las leyendas. Pero la verdadera Atlántida - la Alta Atlántida - ha desaparecido.

Gruad observa la destrucción a través de una pantalla carmesí refulgente. El color de la luz cambia del rojo al gris, y el rostro de Gruad se torna gris también. Tiene un semblante horrible. Ha envejecido cientos de años en los últimos minutos. Gruad puede declarar que hizo lo correcto, pero en su interior sabe que lo que hizo no está nada bien. Aunque en lo más profundo de su corazón hay satisfacción, porque siempre había sentido una culpa sin fundamento, y ahora tiene algo por lo que sentir culpas fundadas. Como la tierra iba a sobrevivir al cataclismo (aunque no estaba muy seguro), propone al Círculo Intacto hacer planes para el futuro. Sin embargo, muchos de ellos todavía están estupefactos. Wo Topod, inconsolable, se apuñala a sí mismo hasta morir: es el primer registro de un miembro de la raza humana que se ha quitado la vida deliberadamente. Gruad pide a sus seguidores que destruyan todos los restos de la civilización atlante para construir una civilización perfecta donde no se recuerde a la Atlántida.

Las grandes bestias que habitaban Europa, Asia y América mueren como resultado de las mutaciones provocadas por la llamarada solar. Todas las reliquias de la cultura atlante son destruidas. Los antiguos paisanos de Gruad son asesinados u obligados a vagar por la tierra. Además de la colonia de los Himalayas, solamente hay otro remanente de la era Alta Atlante: la Pirámide del Ojo, cuya sustancia cerámica resistió la debacle solar, los terremotos, las olas gigantes y la inmersión en las profundidades del océano. Gruad explica que es correcto que el ojo sobreviva. Es el ojo de Dios, el Único, el ojo científico del conocimiento ordenado que mira al universo y percibe su razón de ser. Si un evento no es atestiguado, no sucede; por lo tanto, para que el universo exista, necesita un Testigo.

Una mutación parece haber cundido rápidamente entre los cazadores y recolectores primitivos. Comienzan a nacer sin pelaje, y con el mismo patrón capilar de Gruad. El Día del Ojo de Dios había causado mutaciones en todas las especies.

Desde los Himalayas, las naves rojas y blancas del Círculo Intacto despegan en escuadrones. Cruzando Europa llegan a las islas desoladas y los restos de lo que había sido la Atlántida. Rastrillan las ciudades buscando a los refugiados del desastre. Matan a los líderes y a los intelectuales y arrean al resto a bordo de las naves, para volar hasta América y depositarlos en una vasta planicie. Lejos, debajo de su ruta de vuelo, la Pirámide del Ojo yace en el fondo del Atlántico. La base y la división que la separaba de la parte superior están cubiertas de sedimentos. Así y todo, la estructura que se eleva sobre el barro es aún tres veces más grande que la Gran Pirámide de Egipto, edificio que sería construido veintisiete mil años después. Una sombra descomunal desciende sobre la pirámide. En la oscuridad del fondo del océano se adivinan unos tentáculos gigantescos, con ventosas del diámetro de la boca de un volcán, y un ojo grande como un sol que observa al ojo de la pirámide. Algo toca la construcción y ésta, a pesar de su tamaño, se mueve suavemente. Luego la presencia desaparece.

Sorprendentemente, la trampa pentagonal dentro de la cual los atlantes habían encerrado heroica y brillantemente al antiguo y aterrorizante Yog Sothoth, no había sufrido ningún daño durante la catástrofe. Al estar en las llanuras sureñas, relativamente deshabitadas, el Pentágono de Yog Sothoth se convierte en el centro de las migraciones de los sobrevivientes. Se construyen ciudades de emergencia, y se trata a los enfermos por la radiación. Una segunda Atlántida comienza a echar raíces. Entonces llegan las naves del Círculo Intacto desde los Himalayas para hacer una de sus redadas. Líneas de hombres y mujeres atlantes son formados contra las paredes del Pentágono para ser fusilados con fuego láser. Los hombres del Círculo, enmascarados e uniformados, colocan cargas explosivas entre la pilas de cadáveres y se repliegan. Hay una serie de explosiones; se elevan horribles volutas de humo amarillo. Las paredes de piedra negra se derrumban. Hay un momento de quietud, un equilibrio tenso. Entonces, la montaña de escombros de unos de los lados es desplazada abruptamente a un lado como por la mano de un gigante invisible. Alrededor de las ruinas del Pentágono aparecen las huellas de unas garras enormes. Los uniformados corren frenéticamente hacia sus naves y despegan. Las naves se alzan hacia el cielo pero se detienen de repente, oscilan, se desploman como piedras, y explotan contra el suelo. Los refugiados sobrevivientes gritan y entran en pánico. Como una guadaña en un trigal, la muerte siega a grandes zarpazos a las multitudes que huyen despavoridas. Caen con las bocas abiertas en un grito mudo. Solamente un puñado logra escapar. Una figura rojiza colosal, con forma y miembros indeterminados, se yergue triunfante sobre la escena.

En los Himalayas, Gruad observa junto al Círculo Intacto la destrucción del Pentágono y la masacre de los atlantes. Sus seguidores festejan, pero Gruad, extrañamente, llora. “¿Ustedes creen que odio los muros?” dice. “Amo los muros. Amo cualquier tipo de pared. Cualquier cosa que sirva para separar. Los muros protegen a la gente buena. Las paredes encierran al Mal. Siempre deberían existir, y en la destrucción del gran Pentágono que retenía a Yog Sothoth leo la destrucción de todo por lo que he luchado. Y me siento destrozado por la culpa”.

Al escuchar esto, la cara de EVOE, un joven sacerdote, enrojece y adopta un aspecto demoníaco. Tiene varios síntomas de posesión. “Es bueno escucharte decir eso” le dice a Gruad. “Ningún hombre intentó entablar amistad conmigo, a pesar de que varios han intentado utilizarme. Tengo preparado un lugar especial para tu alma, oh primer hombre del futuro”. Gruad intenta hablar con Yog Sothoth, pero aparentemente la posesión concluye. Los miembros del Círculo Intacto elogian un brebaje nuevo preparado por Evoe, hecho con el jugo fermentado de las uvas. Ese mismo día, durante la cena, Gruad prueba la bebida, la celebra, y dice “este jugo de uvas me relaja y no me provoca las visiones molestas que me daban la hierba que los atlantes solían fumar, tan desagradable para un hombre de conciencia”. Gruad acepta otro trago de un jarro nuevo que trae Evoe. Antes de beber dice “cualquier cultura que se desarrolle dentro de los próximos veinte mil años acarreará consigo la corrupción de Atlántida. Por lo tanto, decreto un período no cultural de ochocientas generaciones. Luego, permitiremos que el hombre siga libremente su propensión a construir civilizaciones. Pero la cultura que se desarrolle será guiada por nosotros, con nuestras ideas implícitas en todos sus aspectos, y controlando cada una de sus etapas. La nueva cultura humana será plantada dentro de ochocientas generaciones y seguirá la ley natural. Tendrán conocimiento del bien y del mal, la luz que proviene del sol, ese sol que los blasfemos declaran como una simple manzana. Les digo, no es una manzana, aunque es un fruto, como los frutos de los cuales Evoe extrajo este brebaje que voy a beber. De la uva vino esta bebida, y del sol proviene el conocimiento del bien y del mal, la separación de la luz y la oscuridad sobre toda la tierra ¡No es una manzana, si no el fruto del conocimiento!” Gruad bebe. Deja el jarro, se toma la garganta y tambalea hacia atrás. Su otra mano se posa sobre el corazón. Pierde el equilibrio y cae de espaldas, con los ojos mirando hacia arriba.

Naturalmente, todos acusan a Evoe por envenenar a Gruad. Pero Evoe responde con calma que fue Lilith Velkor quien lo hizo. Explica que había estado investigando la energía de los muertos, y había aprendido a incorporarlas en su interior. Pero a veces esas energías tomaban el control de su cuerpo, y se convertía solamente en un medio a través del cual actuaban. Llora y dice “cuando escriban esta tragedia en los archivos no digan que fue Evoe quien envenenó a Gruad, si no Evoe-Lilith, poseído por el espíritu malvado de una mujer. Fue la mujer quien me tentó ¡Lo juro! No pude evitarlo”. El Círculo Intacto es persuadido, y como Gruad había muerto por culpa de Lilith y de la diosa loca que adoraba, convienen que a partir de ese momento la mujer estaría subordinada al hombre para que dicha maldad no volviera a repetirse. Construyeron una tumba para Gruad donde inscribieron “El Primer Iluminado: Nunca Confiéis en la Mujer”. Como el lloigor estaba suelto deciden ofrecerle sacrificios, y las víctimas debían ser mujeres jóvenes que nunca hubieran tenido relaciones con hombres. Evoe parecía estar tomando el control del grupo y Gao Twone protesta. Para demostrar su dedicación al verdadero Bien, Evoe declara que se hizo amputar el pene como sacrificio al Ojo que Todo lo Ve. Se abre la túnica. Todos miran su entrepierna mutilada y sienten arcadas. Evoe continúa “es más, es decreto del Ojo y de la Ley Natural que todos los varones que quieran acercarse al Bien y a la Verdad deben imitar mi sacrificio, o al menos cortarse el prepucio lo suficiente como para sangrar”. En este punto entra Kajesi y planean un gran funeral, concordando en no quemar los restos de Gruad, costumbre atlante que significaba la muerte eterna, si no que preservarían su cuerpo, como símbolo de que él no estaba realmente muerto y que podría levantarse nuevamente.

Siguieron varios miles de años de guerra entre los sobrevivientes atlantes y los habitantes de Agharti, la fortaleza de los Científicos, quienes ahora se hacen llamar los Conocedores o los Iluminados. Son destruidos los últimos restos de la cultura atlante. Se construyen grandes ciudades que luego son destruidas por explosiones nucleares. Toda la población de Peos es asesinada en una noche por el devorador de almas. Partes del continente se desprenden y se hunden en el mar. Hay terremotos y tsunamis. Finalmente, de lo que había sido Atlántida solo quedan en la superficie algunas islas de forma cónica como Fernando Poo.

Aproximadamente hacia 13.000 A. C., una nueva cultura es sembrada en los valles cercanos al curso principal del Éufrates y comienza a expandirse. Una tribu de Cro-Magnon, gente magníficamente alta, fuerte y de cabeza grande, marcha a punta de arma desde las nieves de Europa hasta las tierras fértiles de Medio Oriente. Son llevados al sitio elegido para el primer asentamiento agricultor y se les enseña el arte del cultivo. Desarrollan esta actividad durante muchos años, vigilados por hombres del Círculo Intacto armados con lanzallamas. Las generaciones pasan rápidamente, y una vez que el nuevo estilo de vida se arraiga, los Iluminados retiran la vigilancia. La tribu se divide en reyes, sacerdotes, escribas, guerreros y agricultores. Una ciudad se levanta entre las granjas. El rey y los sacerdotes son blandos, débiles y gordos. Los campesinos son raquíticos y endebles por la malnutrición. Los guerreros son grandes y fuertes, pero brutales y sin inteligencia. Los escribas son inteligentes, pero delgados y cobardes. Ahora la cuidad guerrea contra las tribus bárbaras vecinas. Al estar bien organizados, y al ser tecnológicamente superiores, la gente de la ciudad vence. Esclavizan a los bárbaros y construyen otras ciudades en las cercanías. Entonces, una enorme tribu bárbara desciende desde el norte, conquista a los civilizados y quema las ciudades. Pero este no es el fin de la nueva civilización. Solamente se revitaliza. Prontamente, los conquistadores aprenden a representar los papeles de reyes, sacerdotes y guerreros, y se crea una especie de nación formada por varias ciudades, con un cuerpo armado que debe mantenerse ocupado. Marchando como robots en grandes formaciones rectangulares, buscan otras tribus para conquistar. El sol brilla sobre la civilización creada por los Illuminati. Y debajo del mar, el ojo en la pirámide observa fijamente hacia arriba.
FIN

Las luces se encendieron de repente. La pantalla se enrolló dentro de un receptáculo con un chasquido. Enceguecido, Joe se refregó los ojos. Tenía un dolor de cabeza feroz. También tenía unas ganas tremendas de orinar antes de que le explotara la vejiga. Había bebido un montón de tragos en la fiesta del martini plástico, había hecho el amor con la chica oriental en el taxi y se había sentado a ver la película sin tomarse ni un minuto para ir al baño. El dolor en su bajo vientre era insoportable. Se imaginaba que debería ser similar a lo que Evoe, ese tipo de la película, sintió al autocastrarse.

“¿Dónde está el baño?” preguntó Joe en voz alta. No había nadie en la sala. Mientras estaba absorto en la película los demás, que obviamente ya la habían visto, habían huido furtivamente, dejándolo solo viendo la muerte de Atlántida.

“Por Dios” murmuró. “Tengo que mear. Si no encuentro el baño enseguida me voy a mear encima”. Entonces vio un bote de basura debajo de la mesa. Era de nogal, con una línea metálica. Se agachó y lo levantó sintiendo temblores de angustia a través del cuerpo a punto de reventar. Decidido a usarlo como receptáculo, lo dejó nuevamente en el piso, abrió la bragueta, sacó el pito y se dejó vaciar en el cubo. Espero que no vuelvan en tropel a la sala, pensó. Bueno, tendría vergüenza, pero qué carajo. Era culpa de ellos ya que comenzaron a proyectar la película sin darle tiempo a ponerse cómodo. Joe miró la espuma, sombrío.

“Me meo en la Atlántida” murmuró ¿Quién carajo era esa gente que había visto esa noche? Simon, el Padre y el Gran John nunca le habían hablado de un grupo como ese. Tampoco le habían dicho nada sobre la Atlántida. Pero era claro, si el film era creíble, que los Antiguos Videntes Iluminados de Baviera deberían ser llamados los Antiguos Videntes Iluminados de Atlántida. Y que la palabra “Antiguos” implicaba una antigüedad mayor a 1776.

Claramente era momento de abandonar el lugar. Podía revisar las oficinas, pero estaba seguro de que no encontraría nada, y además estaba cansado y con resaca - no solamente del alcohol, si no también por la extraña droga que la chica oriental le había dado antes de la película -. Sin embargo, había sido una buena droga. Desde 1969, Joe había adquirido el hábito de fumarse un buen porro y mirar películas en la tele hasta tarde, cuando no estaba muy ocupado y no tenía que levantarse temprano al día siguiente. Descubrió que era un pasatiempo tan entretenido que por su culpa perdió dos novias; ninguna de ellas había querido acompañarlo cuando se instalaba en la cama frente a la pantalla, riéndose a solas de chistes increíblemente astutos, maravillándose con la profundidad de los aforismos filosóficos que decían los personajes (como la línea de Johnny en Bitter Rice: “trabajo toda la semana, y los domingos observo cómo otra gente se sube a la calesita” ¡Cuánto patetismo expresado en ese simple resumen de la vida de un hombre!), o valorando la sutileza compleja de los comerciales y los vínculos secretos entre éstos y las películas donde habían sido insertados (como el slogan “puedes sacar a Salem del país, pero no puedes sacar al país de Salem” en medio de El Hombre Lobo). Toda su capacidad para apreciar películas se elevó a un nuevo nivel gracias la droga que Mao Tsu-hsi le había dado, sumado al hecho de que había sido una película a color en una pantalla enorme e ininterrumpida por comerciales, o, ahora que lo pensaba, por fnords - porque no importa cuán interconectados estén los comerciales con el argumento de la película: siempre tienden a parecer interrupciones, a pesar que uno esté lo suficientemente fumado como para comprenderlos -. Había sido una gran película. La mejor película que había visto en su vida. Nunca la olvidaría. Joe tanteó el picaporte del portal: estaba sin llave. Se detuvo, considerando si no debía sacar su navaja de bolsillo y tallar “Malik estuvo aquí” o alguna obscenidad en la hermosa madera de la mesa. Eso les haría saber, pensó lóbregamente, que él sabía adonde estaban. Pero hubiera sido una lástima estropear la madera, y además estaba terriblemente cansado. Atravesó los oscuros corredores externos, bajó las escaleras tambaleando y salió a la calle. Mirando por encima del río East, le pareció ver una luz tenue en el cielo sobre Queens ¿Estaba saliendo el sol? ¿Cuánto tiempo había estado allí?

Pasó un taxi con la luz de “libre” encendida. Joe lo detuvo. Mientras se hundía en el asiento trasero y le daba su dirección al chofer, notó que el nombre del taxista en la licencia era Albert Pluma.

Bien, aquí está la escalera, vamos, trepémosla. El primer escalón es tuyo, los restantes son míos.

Qué extraño, pensó el teniente Otto Waterhouse de la Fuerza Policial de la Fiscalía Estatal. Cada vez que las cosas se ponen ásperas, esa maldita canción comienza a sonar en mi cabeza. Debo ser un neurótico obsesivo compulsivo. La primera vez que escuchó “To Be A Man”, de Len Chandler, fue en casa de una chica con la que se acostaba, allá por el ‘65. Para él expresaba muy bien su propia condición como miembro de la tribu. Llamaba La Tribu a la gente de color; había escuchado a un judío refiriéndose de esa manera a los judíos, y le gustó más que toda esa mierda de hermanos. En lo profundo, odiaba a los negros y odiaba ser negro. Tienes que trepar, esa es la cuestión. Cada uno tiene que trepar por su cuenta.

Cuando Otto Waterhouse tenía ocho años de edad, una pandilla de chicos negros de South Side lo golpeó, lo acuchilló y lo arrojó al Lago Michigan para que se ahogara. Otto no sabía nadar, pero de alguna manera se las arregló para subir por uno de los pilares de concreto, escalando por los alambres de acero oxidados chorreando sangre, y se quedó allí escondido esperando a que la pandilla se fuera. Luego alcanzó una de las escaleras, subió y se arrastró hasta la superficie del muelle. Quedó tirado ahí, preguntándose si la banda volvería para liquidarlo.

Alguien llegó. Un policía. El oficial dio vuelta el cuerpo de Otto con un pie para observarlo. Otto vio una cara irlandesa, redonda, con nariz de cerdo y ojos azules.

“Oh, mierda” dijo el policía, y se fue.

Milagrosamente Otto sobrevivió hasta la mañana, cuando una mujer lo encontró y llamó a una ambulancia. Años después, le pareció lógico unirse a las fuerzas policiales. Conocía a los miembros de la pandilla que casi lo mata. No se metió con ellos hasta que ingresó a la policía. Luego, encontró motivos para asesinar a los pandilleros - muchos de los cuales se habían convertido en ciudadanos respetables - uno a uno. La mayoría no recordaba quién era o por qué los atacaba. Esta serie de asesinatos le crearon una reputación en el Departamento de Policía de Chicago: era un policía negro en quién podían confiar para tratar con los negros.

Otto nunca supo quien fue el policía que lo abandonó cuando estaba moribundo - recordaba su cara, más o menos, pero para él todos se veían iguales.

Tenía otra memoria vívida y extraña, de un día de otoño de 1970, cuando había estado patrullando por Pioneer Court y había interrogado a un tipo que estaba dando muestras gratis de jugo de tomate. Otto aceptó diez dólares del tipo y bebió el jugo. El sujeto tenía corte de cabello militar y llevaba unos anteojos con marcos de nácar. No pareció importarle tener que pagar coima, y lo observó con un brillo extraño en los ojos mientras Otto vaciaba el vaso de jugo de tomate. Por un instante, pensó que el jugo podría estar envenenado. Estaba lleno de gente que odiaba a los policías; muchos habían jurado asesinar a los “cerdos”, como los llamaban. Pero docenas de personas que habían bebido el jugo se habían ido contentas. Otto se encogió de hombros y continuó su recorrida.

Pensando en los cambios extraños que había experimentado, Otto siempre había seguido la huella hasta ese momento. Debió haber algo en el jugo.

Hasta que Stella Maris le contó sobre el AUM, nunca supo qué era lo que había ingerido. Y para entonces ya era demasiado tarde. Ahora tenía un problema triple: trabajaba para el Sindicato, para los Illuminati y para el Movimiento Discordiano. La única salida parecía ser sumergirse en el caos hacia el que Stella lo estaba guiando.

“Solamente dime una cosa, nena” le dijo una tarde mientras descansaban desnudos en la cama de su departamento de Hyde Park, “¿Por qué te eligieron para contactarme?”.

“Porque odias a la gente de color” dijo Stella tranquilamente mientras recorría su pene con los dedos. “Odias a los negros más que cualquier blanco. Por eso yo soy tu camino hacia la libertad”.

“¿Y tú qué?” dijo Otto furiosamente, apartándose de ella y sentándose en la cama. “Supongo que no puedes diferenciar entre negro y blanco. Carne negra y carne blanca, todo es igual para ti, ¿No es así, maldita ramera?”.

“Te gustaría pensar eso” dijo Stella. “Te gustaría pensar que solamente una puta negra puede acostarse contigo, una puta que se acuesta con cualquiera sin distinción de razas. Pero sabes que estás equivocado. Sabes que Otto Waterhouse, el hombre de color que se cree superior por odiar al resto de los negros, es una mentira. Eres tú el que no puede diferenciar entre negros y blancos y piensa que los negros deberían ocupar el lugar de los blancos, y el que odia a la gente de color por no ser blanca. Yo veo los colores. Pero también veo otros aspectos en las personas, cielo. Y sé que nadie está donde debería, y que todos están donde deben estar”.

“Oh, a la mierda con tu filosofía” dijo Waterhouse. “Ven aquí”.

Pero aprendió. Y creyó haber aprendido todo lo que Stella, Hagbard y los demás tenían para enseñarle. Y era mucho, apilado sobre toda aquella basura de los Illuminati. Pero ahora daban un volantazo:

Debía cometer un asesinato.

El mensaje llegó a través de Stella, como todos los mensajes.

“¿Hagbard dijo que hiciera eso?”.

“Si”.

“¿Y luego me dirán por qué, o debo figurármelo por mi cuenta? Maldición, Stella, sabes que me están exigiendo demasiado”.

“Lo sé. Hagbard me dijo que debías hacer esto por dos razones. La primera, es para ganarte el respeto de los discordianos”.

“Suena como un mafioso italiano. Pero tiene razón. Lo comprendo”.

“La segunda, dijo, es porque Otto Waterhouse debe matar a un hombre blanco”.

¿Qué?” Otto comenzó a temblar dentro de la cabina telefónica. Sin leerla, comenzó a despegar una calcomanía que decía ESTA CABINA TELEFÓNICA ESTÁ RESERVADA PARA CLARK KENT.

“Otto Waterhouse debe matar a un hombre blanco. Dijo que tú sabrías lo que eso significa”.

La mano de Otto todavía temblaba cuando colgó. “Oh, mierda” dijo. Estaba al borde de las lágrimas.

Así que el 28 de Abril enfrentó una puerta metálica pintada de verde, con el número “1723”. Era la entrada de servicio de un condominio en el 2323 de Lake Shore Drive. Detrás de él había una docena de policías de la Fiscalía Estatal. Al igual que Waterhouse, todos llevaban chalecos antibalas y cascos azules con visores de plástico transparente. Dos de ellos llevaban ametralladoras.

“Bien,” dijo Otto mirando su reloj. A Flanagan debió haberle resultado divertido fijar la hora de la redada a las 5: 23 A.M. Eran las 5:22:30. “Recuerden - dispárenle a todo lo que se mueva”. Continuó dándoles la espalda a sus hombres para ocultar las malditas lágrimas que insistían en rodar por sus mejillas.

“Comprendido teniente” dijo satíricamente el sargento O’Banion. O’Banion odiaba a los negros, pero odiaba más a los Morituri fabricantes de bombas, esos comunistas homosexuales pelilargos, mugrientos y piojosos. Creía que había un nido de ellos al otro lado de la puerta metálica, todos durmiendo juntos, con sus roñosos cuerpos desnudos entrelazados como en una lata llena de lombrices. Podía verlos. Se relamió los labios. Iba a ser una buena limpieza. Levantó la ametralladora.

“Okay” dijo Waterhouse. Eran las 5:23. Apuntó su 45 a la cerradura. Las breves instrucciones orales de Flanagan eran que no debían mostrar ninguna orden o garantía y que ni siquiera golpearan antes de entrar. Se dijo que el departamento estaría lleno de suficiente dinamita como para hacer volar todo el complejo de lujosas viviendas. Presumiblemente, los chicos las detonarían al saberse atrapados. De esa forma se llevarían a un montón de cerdos junto a ellos, preservarían su reputación al cometer un acto de valentía suicida, se protegerían de ser interrogados y evitarían tener que vivir con la vergüenza de saber que habían sido unos tontos al dejarse atrapar.

O’Banion imaginaba atrapar a una chica blanca en brazos de un negro, y fantaseaba con liquidarlos con una sola ráfaga de su ametralladora. Tuvo una erección.

Waterhouse disparó.

Luego utilizó su peso para cargar contra la puerta y entrar. Se encontraba en un pasillo al lado de la cocina. Entró al apartamento. Sus botas chirriaron sobre las baldosas desnudas. Las lágrimas corrían por sus mejillas.

“Dios, Dios, ¿Por qué me has abandonado?” gimió.

“¿Quién anda ahí?” dijo una voz. Waterhouse, con los ojos ya ajustados a la oscuridad, miró a través del living vacío hacia el recibidor, donde se veía la silueta de Milo A. Flanagan delineada en la luz del hall exterior de la puerta del frente.

Waterhouse levantó la automática, sollozó suavemente, tomó una bocanada profunda de aire, la retuvo, y apretó el gatillo. La pistola hizo el golpe de retroceso en sus manos, y la figura negra tambaleó hacia atrás, donde los hombres que la rodeaban la sujetaron.

Un murciélago que estaba en el alfeizar voló por la ventana abierta hacia lago. Solamente Waterhouse lo vio.

O’Banion irrumpió en la habitación, y poniendo una rodilla en el piso descargó seis andanadas hacia la puerta del frente.

“¡Alto el fuego!” gritó Waterhouse. “¡Alto el fuego! Algo anda mal”. Algo andaría realmente mal si los tipos en la puerta frontal entraran y dispararan. “Enciende las luces, O’Banion” dijo.

“Alguien ha disparado”.

“Estamos aquí hablando y nadie nos ha disparado, O’Banion. Busca la luces”.

“¡Van a detonar las bombas!” la voz de O’Banion destilaba miedo.

“Con las luces encendidas veremos si lo hacen. Tal vez incluso podamos detenerlos”.

O’Banion corrió hacia la pared y comenzó a tantearla con una mano, mientras sostenía la ametralladora levantada con la otra. Uno de los hombres que había entrado detrás de O’Banion por la puerta de servicio encontró el interruptor de la luz.

El apartamento estaba vacío. No había muebles. No había alfombras en el piso ni cortinas en las ventanas. No había nadie. Quienquiera que hubiera estado viviendo allí, se había desvanecido.

La puerta frontal se entreabrió. Antes de que empezaran a disparar, Waterhouse gritó “Todo está bien, todo está bien. Soy Waterhouse. No hay nadie aquí”. Ya no estaba llorando. Había cumplido. Había matado a un hombre blanco por primera vez.

La puerta se abrió completamente. “¿No hay nadie allí?” dijo uno de los policías. “¿Entonces quién carajo le disparó a Flanagan?”.

“¿Flanagan?” preguntó Waterhouse.

“Flanagan está muerto. Le dieron”.

“No hay nadie aquí” dijo O’Banion, que había estado revisando los cuartos adyacentes. “¿Qué mierda fue lo que salió mal? Flanagan había preparado esto personalmente”.

Ahora que las luces estaban encendidas, Waterhouse pudo ver que alguien había dibujado un pentagrama con tiza en el piso. En el centro había un sobre gris. Lo levantó. En el dorso tenía un sello verde circular que contenía la palabra ERIS. Otto lo abrió y leyó:

Bien hecho Otto. Ahora vete ya mismo a Ingolstadt, Baviera. Los bastardos están tratando de hacer inmanente el Eskaton.

S-M

Doblando y metiendo la nota en su bolsillo mientras guardaba la pistola en la cartuchera con la otra mano, Otto Waterhouse atravesó el living. Apenas miró el cuerpo de Flanagan con un agujero de bala en medio de la frente, como un tercer ojo. Hagbard tenía razón. A pesar de todo el terror y pena previa, una vez que lo hizo no sintió nada. Me enfrenté al enemigo y vencí, pensó.

Otto se abrió paso entre el grupo de hombres que rodeaban al cuerpo. Todos creyeron que iba a hacer algún tipo de reporte. Nadie comprendía quién le había disparado a Flanagan.

Cuando O’Banion se dio cuenta, Otto ya estaba en su auto. Seis horas después, cuando la policía bloqueó los aeropuertos y las estaciones de trenes, Otto se encontraba en el Aeropuerto Internacional de Minneapolis comprando un boleto hacia Montreal. Doce horas después, llevando un pasaporte falso suministrado por los discordianos de Montreal, Otto Waterhouse volaba camino a Ingolstadt.

“Ingolstadt” dijo FUCKUP. Hagbard había programado a la máquina para conversar en un inglés razonablemente bueno esta semana. “El mayor festival de rock y la congregación de seres humanos más grande en la historia de la humanidad tendrá lugar en las cercanías de Ingolstadt, a orillas del lago Totenkopf. Se espera que acudan dos millones de jóvenes de todo el mundo. Los Asociación Médica Americana tocarán allí”.

“¿Sabías o sospechabas, antes de esto, que los AMA Wolfgang, Werner, Wilhelm y Winifred Saure eran cuatro de los Illuminati Primi?” preguntó Hagbard.

“Estaban en mi lista, pero decimocuartos en el orden de probabilidades” dijo FUCKUP. “Tal vez algunos de los otros grupos de los que sospeché sean Illuminati Veri”.

“¿Puedes establecer la naturaleza de la crisis que afrontaremos esta semana?”.

Hubo una pausa. “Este mes hubo tres crisis. Además de varias crisis menores diseñadas para elevar a las tres principales a la máxima potencia. La primera fue Fernando Poo. El mundo casi entra en guerra luego del golpe de estado, pero los Illuminati tenían un contragolpe de reserva para resolver el problema satisfactoriamente. Los jefes de estado son humanos, por lo tanto, inestables e irracionales. No están preparados para resistir las dos próximas sacudidas. A menos que desees que continúe hablando sobre las características personales de los jefes de estado - elementos importantes en el trance que atraviesa actualmente el mundo -, procederé con la segunda crisis. Es en Las Vegas. Todavía no sé con exactitud qué está sucediendo, pero sigo recibiendo fuertes vibraciones de enfermedad desde allí. Según deduje gracias a informaciones recientes, hay un laboratorio de investigación bacteriológica localizado en el desierto, en las cercanías de Las Vegas. Uno de mis sondeos más místicos arrojó esta frase ‘el as en el agujero es un caramelo envenenado’. Pero es algo que comprenderemos cuando descubramos qué está sucediendo allí a través de medios más convencionales”.

“Ya he enviado a Muldoon y a Goodman allá” dijo Hagbard. “Bien, FUCKUP, obviamente la tercera crisis es en Ingolstadt ¿Qué sucederá en ese festival de rock?”.

“Intentarán utilizar la ciencia Illuminati del biomisticismo estratégico. El Lago Totenkopf es uno de los famosos ‘lagos sin fondo’ de Europa, lo que significa que tiene una entrada al mar subterraneo de Valusia. A fines de la segunda Guerra Mundial, Hitler tenía una división SS completa de reserva en Baviera. Pensaba replegarse en Obersalzburg y hacer una última resistencia gloriosa junto a su fiel división en los Alpes bávaros. Sin embargo, los Illuminati lo convencieron de que todavía tenía una oportunidad de ganar la guerra si seguía sus instrucciones. Hitler, Himmler y Bormann hicieron poner cianuro en la comida de las tropas, matando a varios miles. Luego, sus cuerpos, uniformados y con el equipamiento completo, fueron llevados por buzos hasta una enorme meseta submarina cercana a la entrada del mar de Valusia en el lago Totenkopf. Cargaron sobrepeso en sus botas para que los cuerpos no se elevaran a la superficie. Los aviones, tanques y artillería de la división fueron sumergidos junto a la tropa. Por cierto, muchos soldados sabían que la comida tenía cianuro, pero igual la ingirieron. Si el Führer pensaba que lo mejor era matarlos, para ellos estaba bien”.

“Puedo imaginar que no ha quedado mucho de ellos después de treinta años” dijo Hagbard.

“Te equivocas como siempre, Hagbard” dijo FUCKUP. “Los hombres de la SS fueron puestos bajo la protección de un escudo biomístico. La división completa está tan bien conservada como el día en que la pusieron allí. Por supuesto, los Illuminati habían engañado a Hitler y a Himmler. El propósito verdadero del sacrificio masivo era liberar una cantidad suficientemente explosiva de energía conciente como para permitirle a Bormann trasladarse al plano de energía inmortal. Bormann, uno de los Illuminati Primi de aquellos días, iba a ser recompensado por ser uno de los organizadores de la Segunda Guerra Mundial. Las cincuenta millones de muertes violentas que hubo en esa guerra ayudaron a muchos Illuminati a alcanzar la iluminación trascendental, y fueron de lo más placenteras para sus hermanos mayores y aliados, los lloigor”.

“¿Qué sucederá en Ingolstadt durante el festival?”.

“La quinta canción de los Asociación Médica Americana enviará ondas biomísticas que activarán a las legiones nazis en el lago, y los harán marchar hacia la costa. En su resurrección, estarán dotados de fuerza y energía sobrehumanas, haciéndolos prácticamente invencibles. Y recibirán incluso un poder mayor como resultado de la explosión de energía conciente que será liberada cuando masacren a los millones de jóvenes allí reunidos. Luego, guiados por los Saures, marcharán contra Europa Oriental. Los rusos, alterados por lo de Fernando Poo, pensarán que es una tropa de ataque del oeste. Su antiguo miedo a que Alemania, con ayuda de poderes capitalistas, se levante y ataque y masacre a Rusia por tercera vez en el siglo se volverá realidad. Descubrirán que las armas convencionales no detendrán a los nazis resucitados. Creerán que están enfrentando un nuevo tipo de súper-arma que los EEUU decidieron lanzar en un ataque sorpresa. Entonces los rusos apelarán a su propio súper-armamento. Ahí será que los Illuminati jugarán su as escondido en un pozo en Las Vegas, sea lo que sea”. La voz de la computadora, surgida del escritorio de palisandro polinesio de Hagbard, quedó súbitamente en silencio.

“¿Qué sucederá después de eso?” preguntó Hagbard inclinándose hacia el altavoz con nerviosismo. George observó el sudor de su frente.

“No importa lo que suceda después de eso” dijo FUCKUP. “Si la situación se desarrolla como lo he previsto, el Eskatón será inmanente. Para los Illuminati, será la consumación de la meta que vienen proyectando desde los días de Gruad. La victoria total. Todos ellos alcanzarán la iluminación trascendental simultáneamente. Por otro lado, para la humanidad significará la extinción. El fin”.



[1] Simbionese Liberation Army: Ejército Simbionés de Liberación, grupo guerrillero urbano que en 1974 secuestró a Patricia Hearst, hija del magnate estadounidense Randolph Hearst.
[2] Percepción Extra-Sensorial (nota del traductor)



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